La empresa hotelera Sol Meliá es, actualmente, la mayor empresa inversora de este servicio en Cuba. Próximamente y según informa Europa Press abrirá su octavo hotel de lujo en Varadero. Se tratará de un hotel cuatro estrellas superior. Para uso y disfrute de turistas. Extranjeros.

Hotel de lujo, para uso y disfrute del turismo extranjero, turistas provenientes de los países ricos tan denodadamente vilipendiados por los ideólogos de la revolución cubana. Hoteles a los que los cubanos no tienen acceso alguno pues, al margen de la posibilidades de financiación o no que individualmente pudiera tener un nativo cubano, la entrada está prohibida para ellos. Argumentos el gobierno cubano no da. Según es su habitual y consagrada forma de actuar, dicta, determina, impone.

Hotel que es un insulto para los nativos que contemplan desde el exterior los avances de sus obras. Grúas que se erigen ante lo que será ese nuevo hotel que se levantará en territorio cubano y del que ellos, los cubanos, el pueblo cubano, jamás disfrutará. Máximo confort para los turistas mientras basuras sin recoger se agolpan en las calles habaneras, el hacinamiento en las casas, en los hospitales, cuyo estado de salubridad exigiría una seria inspección, salas de urgencia que pueden ser impúdicamente atravesadas por los transeúntes, calles encharcadas, escombros arrojados indolentemente… ponen la nota del disfrute para los oriundos. La falta de los más elementales requisitos que hacen la vida corriente llevadera se contrapone insultantemente al lujo de una Cuba para turistas. País de contrastes.

Cuba se ha ido transformando en una cárcel para los propios cubanos y en un destino de lujo para los visitantes ajenos. País de fuertes contrastes, Cuba es hoy un país vendido al exterior. El lujo y la miseria conviven dándose la mano. Una mano que se transforma en voz para gritar que no es digno vivir así, que los nacidos en el territorio tienen derecho a, cuando menos, iguales disfrutes que los foráneos. Pero, desde luego nunca menos. Y, sin embargo, los que levantan la voz contra semejantes despropósitos son encarcelados o amenazados con serlo.

El sector turístico es uno de los que más fuertes finanzas mueve en Cuba. En mi estadía en Cuba, con absoluta claridad para que no quedara duda alguna del significado de las palabras o del mensaje que se me trasmitía, la Seguridad del Estado me condenó a dejar de ver y relacionarme con la disidencia y “disfrutar de las comodidades y los lujos que Cuba ha creado para ustedes los turistas, que para eso han sido creadas y deje de joder”. Fueron palabras literales que quedaron anotadas en mi cuaderno para no ser olvidadas.

Cuba duele. Y no es fácil olvidarla.

No es fácil olvidar las tiendas donde, entre moscas, se exponen las escasas viandas que los cubanos podrán adquirir. Pero Sol Meliá promete dar una atención exquisita, exquisita selección de alta cocina y entretenimientos glamourosos y creativos para la distracción de los turistas que portan dólares o euros. Mientras, a pocos kilómetros el turista curioso y un poco inquisitivo busca centros deportivos o parques donde los niños y adolescentes cubanos puedan demostrar alguna realidad de la propaganda gubernamental. Pero no es fácil. No es fácil porque no existen. Los chicos juegan en las calzadas donde colocan pequeñas y, ahora sí, creativas por la fuerza de la necesidad, porterías que retiraran raudos cuando se acerca un coche. Y luego siguen. El juego de mesa está prohibido pero en las aceras, entre charcos malolientes se instalan mesas en las que se apuesta. O se venden rellenos de gas para mecheros. O cerillas sueltas. Todo vale para obtener unos pequeños pesos, mientras en los hoteles de Meliá el lujo, el champán, los menús exquisitos y las fuentes repletas de frutas tropicales adornarán una mesas que el turista, ahíto, mirará sin ver o quizás, caprichoso, agarre alguna pieza, al azar.

Cuba duele. Duelen los contrastes insultantes hacia un pueblo capaz de producir riqueza, donde la inversión produce jugosos dividendos mientras se sigue racionando la alimentación y deja de repartirse leche a la población a los siete años de edad, en un país convertido en uno de los principales destinos turísticos mundiales, donde se niega al pueblo el derecho a la dignidad y a la palabra.

En los hoteles de la cadena Sol Meliá los trabajadores son cubanos. Cubanos que por la ley Marrero serán contratados si son obedientes, callados, sumisos, no reclaman sueldos justos o condiciones laborales mínimas, no aceptan propinas y están dispuestos a declarar cualquier movimiento sospechoso o conversación que pudiera ser de interés para el gobierno.

Cubanos que no serán contratados por la empresa Melià sino por otras creadas al efecto por su gobierno, empresas empleadoras las llaman, que controlará contratos, emolumentos, que retirará de los salarios que correspondería al trabajador una parte importante –hasta el 90%- para entregarlo directamente al gobierno, que no permitirá ningún tipo de protesta o cuestionamiento de la situación laboral en la que deben trabajar, que no tendrán derechos porque en Cuba hablar de derechos es subversivo y donde se persigue y se encarcela a sindicalistas imponiendo penas de hasta 30 años.

Como recompensa, y bien apreciada por cierto porque los trabajadores de estas empresas se consideran la aristocracia de los trabajadores, seguir en su puesto laboral. Hasta que el gobierno o la Central de Trabajadores Cubanos que para el caso viene a ser una y la misma cosa decida que ya no debe seguir prestando sus servicios. Siendo uno de los motivos de despido fulminante el ser sospechoso de simpatizar con la disidencia. Mientras, los empresarios inversores ven, conocen y callan.

Argumentan, sí, que ellos acatan las leyes del país donde invierten. Pero cuando el año pasado –ver 2ª Conferencia Internacional por la Responsabilidad Social Corporativa celebrada en Madrid, en la que el diputado socialista Ramón Jáuregui les recordó sus obligaciones éticas en el marco de la responsabilidad de las empresas- se les pidió que invirtieran con justicia, respetando las obligaciones y responsabilidades éticas y morales derivadas de su procedencia de países democráticos se asustaron, se alarmaron y como una sola voz pusiéronse en pie de guerra. Y trataron de justificar lo injustificable lanzando dardos contra los que reclamaban dignidad.

Cuan paraíso es Cuba para los inversores, qué facilidad para evitar conflictos, qué fácil desacatar el engorroso cumplimiento de una legislación basada en el respeto y cumplimiento de los derechos de los trabajadores, conseguidos a base de muchos años de lucha sindical. Derechos hoy ineludibles e inalienables. No se les pedía que se marcharan, que abandonaran sus inversiones. No. Pero sí que respondieran a la imagen corporativa que pretenden dar en otros lugares donde extienden sus dominios. Y, conocedores de la situación en la que viven los cubanos y de lo anacrónico de una legislación tan lesiva para los intereses de los trabajadores, actuaran en consecuencia negociando con el gobierno las condiciones de contratación y pago a los trabajadores que tienen a su servicio.

Personalmente, estoy y así lo he manifestado en diferentes ocasiones, en contra del bloqueo o del embargo impuesto a la isla. Cuba Nuestra hace público un artículo sumamente interesante de Henrik Hernández titulado Hablemos de bloqueo y cuya lectura recomiendo. Pero en absoluto puedo compartir los modelos de inversión que empresas como Sol Meliá y otras han llevado a la isla. Condiciones radicalmente inaceptables que serían denunciadas sindicalmente y levantarían fuertes escándalos si se pretendieran implementar en sus países de origen, en este caso España. Condiciones que suscitarían fuertes protestas y que, en definitiva, son hoy absolutamente impensables e inaceptables.

Y, sin embargo, en Cuba son las imperantes. Pero no sólo las empresas guardan silencio y guiñan un ojo cómplice al gobierno que tanta facilidad otorga para sacar el máximo beneficio con los mínimos costes sociales y laborales. Los sindicalistas independientes cubanos, varios de ellos condenados en la Primavera Negra del 2003 a penas que oscilan entre los 15 y los 30 años, llaman insistentes a puertas internacionales en busca de solidaridad. Solidaridad que no siempre encuentran, aunque cada vez en mayor medida organizaciones internacionales como la recientemente constituida CSI muestran su rechazo a un sindicalismo único y dependiente del poder como es la CTC –Central de Trabajadores Cubanos- y claman por la libertad de los sindicalistas prisioneros. Otros, sin embargo, como los españoles UGT y CCOO callan. Quizás algunos de sus miembros pertenezcan a esos turistas que sí podrán alojarse en el Meliá. Y que pasarán de puntillas o tapándose la nariz frente a la realidad cotidiana del pueblo cubano.

Cuando Meliá abra las puertas de su próximo hotel cinco estrellas, los cubanos mirarán hacia sus ventanas y sus porteros vestidos con libreas sin duda más dignas que sus propias indumentarias. Sabrán que ellos no tienen derecho ni posibilidad alguna de pisar sus ricas alfombras, que para ellos sólo queda la tristeza del día a día, la penuria y el intento de sobrevivir en un país que les excluye, que les trata con amenazas y garrotes, Desde luego traspasar los umbrales del Meliá no es en absoluto necesario ni para los cubanos ni para ningún otro habitante de país alguno forme parte o no de aquellos instalados en el desarrollo y la riqueza. Pero sí lo es y sin exclusiones, recuperar la dignidad perdida, porque el acto de vivir no debe ser un intento desesperado contra la propia supervivencia. Y porque en un país donde cada día crecen instalaciones como las de los Meliá los estereotipados discursos de sus gobernantes ya ha tiempo dejaron de ser creíbles y ya no pueden esconder su propia realidad.

Autor: Luz Modroño