Entre amagos y muecas
Dos agonías. El y el pueblo. Dos incertidumbres. Cuándo y cómo. Nadie sabe. Secreto de estado. Estado de ambos en secreto. El pueblo no sabe si murió. Ignora si es un pueblo fantasma, o si el fantasma es el muerto que nunca muere. El pueblo cree que vive, pero, en el fondo, sabe que no vive. Hace tanto que no vive que no tiene memoria de la vida. El muerto no lo dejó vivir, no lo deja vivir.
Raúl Castro aparenta. Ramo de olivo. Fidel Castro regurgita sus viejas bilis. Veneno puro. Raúl amaga. Fidel apela a su ensayada pose de guerrero inclaudicable y le brota la mueca de espantajo vencido. Entre ellos no hay discordia. Realmente se complementan. Entre amagos y muecas quien agoniza verdaderamente es el pueblo cubano. La incertidumbre se cierne como una sombra negra sobre él.
Parecen contender. Pero es un burdo truco. Una engañifa para cándidos. Siempre fue igual. El bueno y el villano. Mentira. Quién te lo va a creer.
–Raúl, no quiero más sangre –dijo Fidel en la Sierra Maestra.
–Muy bien, Fidel, no fusilaremos; ahorcaremos –respondió Raúl.
Raúl era entonces el hosco, el malandrín. Fidel el arcangélico. Apenas se fraguaban los mitos. Y el de la barba apostólica debía parecerse a los mesías.
Qué importaba que el lampiño se pareciera al diablo si de todas formas estaría bajo el amparo del dios que se erigía.
Comenzó la construcción. Apenas sin cimientos hicieron creer que ya íbamos por el séptimo piso o el séptimo cielo. Exagerados. Triunfalistas. De repente, este no es el camino. Perestroika. Robertico Robaina embulladísimo. Perestroika. Ahora sí vamos a construir el socialismo. Se despetronca la perestroika. Robertico despetroncado. Y el intento tropical de perestroika trajo a Pérez Roque. Soyalismo a pulso. Y Pérez Roque que sí, que sí. El Cotorro. Primer desmayo. Viva Raúl, por si muere. Muerto el rey, viva el rey. Pero y si no se muere. Viva Fidel. Cómo sabe el Pérez Roque. Nada de jueguitos a la perestroika, que se termina despetroncado. Aladana, Aldana, la glasnot se acabó.
Pero, al fin, llegó el nefasto instante. Se vino abajo el mundo por el este. Se quebraron los muros, los telones. Se tupió el oleoducto de Vostok a La Habana.
Y fue que al antiguo íncubo se le extravió el tridente, le nacieron dos alas de querubín benévolo bajo la gorra plato.
–Fidel, esto se resuelve con frijoles, no con cañones –exclamó el nuevo iluminado.
El viejo ogro travestido pareció guardar silencio. Dejó hacer. Turistas. Fulas. Jineteras. Cuchitriles. Pregones aunque no hubiera ya ni bastidores que estirar, maníes que tostar, pero la gente se entretenía. Europa cayó en la trampa. Empréstitos. Empresas mixtas. Condenas al embargo. El Papa. Qué bueno. El Papa bendice a los cubanos. Que el mundo se abra a Cuba. Que Cuba se abra al mundo. Qué bueno. Le agradeceremos la papa al Papa. El mundo intenta abrirse. Cuba se cierra. Hasta ahí el cuento. Aparece el pampero. Yo nací en esta ribera del Arauca vibrador. Petróleo americano. Deuda con Moscú: espérame en Siberia, vida mía, pero sentada. Marcha atrás con el acelerador a fondo. Preso hasta el pipisigallo. Tres muertecitos de contra, para que nadie se equivoque.
Empieza la cuenta progresiva. Aterrizaje forzoso en Santa Clara. Qué hormigón más duro. Menos mal que no le dio con la cabeza. Si no la rodilla se salva. Se rompe el concreto. Dicen que el Che le puso una zancadilla. Pero no hizo caso. Testarudo. Se fue a Argentina. Se le revolvió el intestino. Se muere. No se muere. Llega un fulano. Quizá un ano en fula. No hay cáncer. Qué fulano más desabrido. El cáncer lo padece el pueblo y no acaba de encontrar la cura. Nadie grita vivas. Pérez Roque callado. Ya son demasiados los tropezones. Y él no quiere irse con el último tropezón. Valenciaga. Aciaga noticia.
–Chinito, tenemos un chino atrás, o en el futuro, no sé bien, pero de todos modos, en el nombre del diablo yo te nombro. Tú eres ahora el angelito. Y los angelitos son pragmáticos, organizados, risueños, familiares. Si cualquiera se alebresta, dile que estoy aquí. No me dejes morir por lo menos hasta que saques boleto para el infierno. No me desobedezcas, que te estaré esperando allí. Fusílalo en mi nombre. Como siempre. Pero ahora puedes echarme la culpa. Es lo último que puedo hacer por ti.
Autor: Manuel Vázquez Portal (El Nuevo Herald)