El voto unido huele a podrido
Algo huele a podrido en el estado de Dinamarca, reflexiona Hamlet cuando se entera de la misteriosa muerte de su padre, el rey. Y algo huele asimismo a podrido en la exhortación de Fidel Castro para que los cubanos emitan un «voto unido» en las llamadas elecciones de enero. El texto, que data nada menos que de 1993, ha sido publicado ahora por Granma, tres lustros después, como otra de las profundas «deflexiones» del rancio dictador.
El truco es viejo, y consiste, según entiendo, en que los ciudadanos «elijan» de una sola vez y en bloque a Fulano de Tal y a Juan de los Palotes, junto a los sagrados nombres de Fidel, Raúl Castro y los demás. En las elecciones más democráticas del mundo, de acuerdo con el discurso de sus epígonos, un votante no debería rechazar al mediocre desconocido que le han metido en la lista de aspirantes, ni al figurón enmohecido que se repite una y otra vez, cualquiera que haya sido su desempeño frente a los problemas que preocupan al individuo de a pie. No hay elección de este en lugar de aquel, o de sólo a quien conozco en vez de un desconocido que ni siquiera me ha venido a pedir el voto y a decirme qué hará por mi comunidad, o a favor de nuestros intereses específicos. A ciegas, o con orejeras, como los burros.
Por otra parte, el voto unido excluye a los cientos de miles de cubanos exiliados y que viven en el extranjero, con el corazón siempre pendiente de la patria. A diferencia de países como México, Argentina, Brasil, Ecuador, Honduras, Colombia, Santo Domingo, Venezuela, Perú, España, Italia, Estados Unidos, Turquía, Irak y muchísimos más alrededor del mundo, los que no estamos allá ni siquiera podemos ejercer el derecho inalienable a votar. Ni unidos, ni desunidos.
El llamamiento del dictador tiene también otras lecturas. ¿A qué viene eso del «voto unido» y de no copiar (sic), a estas alturas, los modelos socialistas del pasado? En Cuba y en el mundo todos saben que está enfermo y prácticamente desaparecido del escenario, aunque Raúl y otros digan que le consultan todas las cuestiones fundamentales. ¿Podría ser que, frente a la realidad de su ausencia «involuntaria» (sic, Raúl), los ciudadanos consideren que ya no deben seguir votando por el caudillo y, selectivamente, marquen sus boletas por otros candidatos? ¡Terrible perspectiva! Fidel Castro quiere ser elegido, ungido y venerado una vez más y siempre. El voto unido es su pasaporte a la Asamblea Nacional.
El segundo problema que se presenta es muy especulativo. De ser esa la intención de Castro, ¿para qué quiere ser elegido, si luego daría paso a su hermanísimo Raúl como gobernante, quedándose él como gran consejero áulico de la tribu? Mi opinión, aunque respeto la de otros amigos y estudiosos, es que Fidel Castro jamás va a renunciar a nada. Y siempre, aun desde la tumba, si pudiera, va a seguir expidiendo sus deflexiones y tratando de mantenerse al frente de todo, aun si otros operan formalmente los mecanismos del gobierno.
Raúl, que ni siquiera hubiera pasado de policía de barrio en Birán sin la sombra de Fidel, se encargará una y otra vez —mientras dure aquel— de excusarlo frente a sus electores de Santiago de Cuba, diciendo, como afirmó unas semanas atrás, que está ganando peso, hace ejercicio, lee mucho y mantiene una mente poderosa. Es decir, que para gobernar a los cubanos sólo basta pasarse el día en pants, ver la televisión y dictarle cualquier tontería a un pobre diablo.
Aceptemos, sin conceder, que una vez electo Fidel Castro, a quien ya no le fascina el poder (eso dice), decida quedarse como un simple diputado, o miembro del Consejo de Estado; en pocas palabras: un segundón, algo que nunca ha querido ser. Supongamos que entregue generosamente sus cargos a Raúl, ¿para qué sirvió el voto unido? ¿Habrá cambios con Raúl Castro? Suponerlo es, en mi opinión, la mayor ingenuidad que he escuchado en los últimos años.
El raulismo es el castrismo en su peor versión, y eso ya es mucho decir. Es la vuelta a Stalin, una de las figuras veneradas del autonombrado general de Ejército; es una supuesta apertura al gastado leninismo de la Nueva Política Económica, el gatopardismo tropical.
Raúl Castro no tiene ningún proyecto de nación propio, y todo cuanto hará será una versión mediocre de lo que su maquiavélico hermano le enseñó e impuso durante toda su vida. ¿Cuál es su visión propia, si la tiene, del futuro de Cuba en los próximos veinte, treinta años, en un mundo cada vez más globalizado, con un impetuoso desarrollo tecnológico y científico, y frente a la amenaza real del cambio climático que puede afectar seriamente las costas y la naturaleza de la isla, entre otros muchos retos de la sociedad contemporánea? Que yo sepa, este espadón nunca ha dicho, ni dirá, una sola palabra inteligente sobre el futuro que se nos viene encima.
Entonces, ¿para qué las elecciones, el voto unido, toda esa parafernalia? Para que Fidel Castro, aun desde la tumba, siga manejando las crueles riendas de la dictadura.
Autor: Miguel Cossío Woodward (publicado en Cubaencuentro)