Reseña del libro Enterrados vivos – Libertad Digital
Tuve la suerte de conocer a Héctor y a su esposa, la dama de blanco Laura Pollán, antes de que él fuera injustamente encarcelado, en la llamada Primavera Negra de 2003. Y puedo asegurar que ambos son personas de altísima calidad humana.
Extraordinarias son las condiciones en que Héctor escribió este libro: a hurtadillas, en su celda, en letra muy pequeña. Lo fue pasando a presos comunes, que lo sacaron subrepticiamente y se lo entregaron, trocito a trocito, a Laura. Y extraordinario fue también lo que ocurrió después: Laura, por indicaciones de Héctor, entregó un ejemplar a Fidel Castro. En la dedicatoria, Héctor pedía al Comandante en Jefe que lo leyera para que no pudiera decir en público que las condiciones de vida en las prisiones cubanas son las adecuadas.
¡Qué agallas, las de Héctor y Laura!
Enterrados vivos es un vivo testimonio de la situación en que se encuentran los presos de conciencia, injustamente encarcelados en las mazmorras del castrismo. También es una fiel descripción de los crueles abusos que sufren los presos comunes en las cárceles cubanas, en las que, recordemos, no puede entrar ningún observador internacional desde hace décadas.
Héctor, amante de la verdad –por ella está en la cárcel–, narra en este libro su vivencia personal y también la de muchos otros presos con los que durante estos cinco años ha compartido celda o prisión. Cuenta lo que ha visto, y describe sin pelos en la lengua las prácticas humillantes y las torturas.
La obra arranca con la detención del propio Héctor, el 19 de marzo de 2003, cuando se encontraba junto a Laura en el domicilio que ambos compartían en Centro Habana. A partir de ese momento, el periodista describe su particular periplo por diferentes cárceles del país, y a las personas a las que ha ido conociendo durante este tiempo.
Maseda relata aquí, por ejemplo, una paliza de unos carceleros a un preso común: lo ataron de pies y manos, y unieron las ligaduras con una cuerda hasta que la víctima adoptó una postura imposible. Luego la levantaron entre risas y burlas, y cuando estaba en lo más alto la soltaron. Cayó entonces al suelo el preso, la víctima; perdió el sentido, y se lo hicieron recuperar a bofetadas.
En uno de los capítulos más crudos, Héctor da cuenta de las violaciones sistemáticas de jóvenes, incluso menores de edad, por parte de otros presos mayores y ante la pasividad de las autoridades penitenciarias. A veces, estás incluso las propician, como desgraciadamente sabe Erik, un chico a quien los vigilantes, lejos de aislarlo como le correspondía por ser primario y menor de edad, recluyeron en un cubículo con capacidad para tres personas y en cuyo interior se encontraban dos reclusos con antecedentes de violación de jóvenes y varios hechos de sangre. Esa noche, en la celda, cuenta el periodista, ocurrió «lo esperado».
Maseda señala con su dedo acusador al Gobierno cubano, por fomentar o cuando menos permitir estos abusos. Y por llevar cada año al suicidio a cientos de presos que no consienten ser víctimas por más tiempo. Y por hacer que hombres con buena salud enfermen gravemente por falta de agua limpia y medicamentos, ingerir alimentos en mal estado y estar expuestos a una pésima atención sanitaria.
Al leer este libro de lectura obligatoria queda claro que la dictadura cubana ha encarcelado, sí, a Héctor Maseda, pero no le ha podido doblegar. Detrás de las rejas, él está de pie, y es un hombre de espíritu libre. De la misma manera, el régimen ha podido encarcelar pero no sojuzgar al resto de los presos de conciencia cubanos. Igual que ha podido difamar pero no amedrentar ni subyugar a las valientes Damas de Blanco. Todos ellos resisten pacífica pero indomablemente los envites de la dictadura, como hacen los emigrados que luchan desde hace casi cinco décadas por una Cuba democrática, el exilio político más persistente –y calumniado– de la historia.
En conclusión, Enterrados vivos recoge la dura realidad de las cárceles cubanas y el testimonio de Maseda sobre la ola represiva que sufrieron 75 opositores inocentes hace ya cinco años. Tras digerir su acre lectura, el lector consciente debe quedarse con el dulce regusto de constatar que ha tenido entre sus manos un monumento a la dignidad humana, que demuestra que el espíritu de la libertad es más fuerte que el totalitarismo. Héctor Maseda simboliza el carácter de los presos de conciencia y sus familiares. Todos ellos, íntegros, insobornables, indómitos, encarnan algunas de las cualidades más elevadas de la esencia del ser humano.
¡Qué comprobación tan bella! Gracias, Héctor.
HÉCTOR MASEDA GUTIÉRREZ: ENTERRADOS VIVOS. Solidaridad Española con Cuba (Zaragoza), 2008, 158 páginas.
RICARDO CARRERAS LARIO, presidente de Solidaridad Española con Cuba.
Autor: Por Ricardo Carreras Lario