Las primeras personas
El periodismo independiente no ha sido nunca –en sus más de tres lustros de existencia– un invento de especuladores o una olla para cocinar vanidades. Es una necesidad de la sociedad criolla, sometida por medio siglo a un guateque vacío y palabrero que ya no soportan ni los directores de orquesta ni los bongoseros.
Lo escriben en La Habana, Santiago de Cuba, Villa Clara, Morón, Isla de Pinos y Pinar del Río personas sensibles y llanas, agobiadas por la severidad natural de un sistema fracasado y por la soberbia y el odio inducidos de la represión. No conozco a ninguno que se las dé de héroe o de salvador de la patria. Sé nada más de personas convencidas de que hacen un trabajo necesario y lo hacen con humildad y con el beneficio de la vocación.
No se trata de un colectivo unánime a la espera de que se le bajen las orientaciones y les lleguen de arriba las líneas informativas de la semana y los planes quinquenales. Es un elemento vivo que se mueve como se mueve la vida, bajo el temblor de los acontecimientos, a pesar de las persecuciones policiales y las zonas vedadas por quienes debían facilitarle su tarea.
Son individualidades, seres que piensan y tienen que buscarse, en medio de la hostilidad y otras catástrofes, las vías para llegar a las informaciones, a los episodios de interés noticioso y a los escenarios que puedan merecer una crónica o un comentario.
Sí, solitarios sin infraestructuras para acceder a archivos o moverse de un sitio a otro, negados por la propaganda oficial y víctimas también del miedo ajeno. Profesionales insultados y descalificados por quienes, en algún momento, tendrán que reconocer la huella pedagógica de los que ahora son perseguidos y encarcelados.
Nadie puede encontrar allá dentro a gente que sigue a pastores ni serventías trazadas de antemano. Desde los días iniciales surgieron grupos de trabajo diferentes, con diversos puntos de vista, con criterios personales a la búsqueda de conducir el periodismo nacional a mayores coincidencias con lo mejor de la prensa de la república.
Cada uno a su manera. Cada grupo tratando de hallar puntos coincidentes, pero sin imposiciones. Con defectos, fragilidades y dudas ante una parroquia inexplorada, a lo mejor con arrastres de ineficacia y malformaciones, pero con el interés de contarlo todo y contarlo bien. Llenos de toda la objetividad y la honestidad posible.
En la Sociedad Márquez Sterling están su presidente, Ricardo González Alfonso, un escéptico escritor de televisión, y Adolfo Fernández Saínz, un católico de misa y procesión, procedente de los servicios de traducciones.
Están Normando Hernández, un joven camagüeyano que fundó solo una revista decente en su provincia, y Luis Cino, un habanero amante de la música y el cine que escribe hoy las crónicas más afiladas y exactas del periodismo cubano.
Y están el reportero pinareño Víctor Rolando Arroyo y su colega villareño Coco Fariñas, el matancero Oscar Madam y el avileño Pablo Pacheco. El pinero Fabio Prieto, Jorge Olivera, Oscar Espinosa Chepe y Sahily Navarro.
Están juntos los 24 encarcelados y los que trabajan todos los días en las calles. Unos enfermos y en peligro en sus calabozos. Otros, en la vida diaria a la espera de que una mañana vuelvan a llamar a la puerta.
Los de antes y los que han llegado, personas a quienes respetamos y admiramos en su diversidad. Ellos trabajan para tocar la ilusión de un país libre en el que las ideas y las opiniones se puedan airear y debatir en público.
Autor: Raúl Rivero