Los Castro: la culpa de la hecatombe es del totí yankee
Los castristas, nunca dan la cara ante las tragedias, ni tan siquiera a las que ellos mismos crean, que son todas, como la actual. Son el totalitarismo y opresión cotidianos, el de uso corriente; con ritmo sincopado y medio con abluciones de cascarillas –subuso ambia, sin que la gallina se entere–. Es que por saberlo y controlarlo todo, el gen de «quebrantahuesos» aterra el aliento ciudadano, y como presa fácil cae en trance comatoso ético. Los centros generadores del terror clásico, presienten que con los huracanes, partió una de sus componentes del horror. De las Tres Parcas, maldición de la pupa castrista, desplaya sinuosidades, decimos terceras dipsomanías. Alejada de la serpiente trucidada de las trece colonias.
Porque en Cuba, nadie está en capacidad política, económica o religiosa; de pensar, hacer o decidir nada sin la bendición de Gran Hermano («Nineteen Eighty-Four» George Orwell (1949). Ver film «1984», Michael Radford, Dic. 14, 1984, con John Hurt y Richard Burton). Salvo unas frágiles damas de blanco, coquetas, mentón en ristre y orgullosas a rabiar, desafiando a un régimen feroz, con el que los «machos» del patio, no se atreven.
Ahora el delfín y sus caporegímenes, repiten estribillos amenazantes contra los cubanos, conminándolos «a trabajar, sin gratuidades». Nadie ha podido descifrar qué diablos ha hecho esta miserable cleptocracia comunista, a grupas y dentellando al pueblo durante los últimos 50 años. Salvo, quizás, la destrucción total de la nación cubana y el envilecimiento atroz de sus mejores ciudadanos. Algo para recordar, por siempre. La culpa, en el supuesto zurdo, es del totí yankee.
El estribillo castrista, no es nuevo. Hoy, tras el post partum huracanado, la totalitarización del país y la absoluta falta de opiniones constestarias por parte de la sociedad civil –por simple amordazamiento–, plantea encrucijadas que el régimen no tiene ni sabe, cómo salvar. El pueblo, a pesar de su desesperación, ha vuelto a advertir el juego demagógico, y no esta cooperando a reconstruir (a pesar de los teatros que monten); lo que no sabe si después caerá en manos de uno de los represores del régimen, aduciendo ser éste favorito el de mayor esfuerzo.
En el ambiente cubano de hoy en día y aún bajo las tinieblas totalitarias, el pueblo araña un pedacito en el muro, hendijas hacia la libertad. Los capos castristas, no dejan de reinventar campañas de reconstrucción (sin materiales a mano) como un show a filmar por las diferentes medias dirigidas por el rojipardo Ministerio de Propaganda del régimen.
Todos los totalitarismos acuden a la palabra mágica: trabajo. En los derechistas, aplicación productiva para generar riquezas en lo personal y en lo social. Mientras en los izquierdistas, todo se convierte en un pandemónium de fuertes raíces esquizofrénicas. Una competencia intramuros, sin obtener ni crear, los bienes para subsistir, porque aquellos otros vinculados al ser social son maldiciones para corromper al individuo. Es el Hombre Nuevo de la Charca guevarista, el de temblorosa transparencia con su fracasado pas de quatre.
Raúl Castro ni siquiera se dignó ir a Naciones Unidas a plantear la situación caótica de la isla y los extremos peligrosos de muertes por simple inanición o epidemias, como parte de la pandemia en puertas. El régimen parece haber calculado que requiere de una alta cuota de bajas permanentes. Daños colaterales a causa de los huracanes «y el imperialismo yankee», para no perder la costumbre.
Ello nos recuerda que, en un flash back hacia las tinieblas fascistas, evocaríamos a unos chicuelos nazis forjando en hierro lemas, para colocarlos en los arcos de entrada de sus campos de concentración. Un ejemplo letal: «Arbeit Macht Frei» (El trabajo os hará libres), el cual hoy puede verse en el Konzentrationslage de Auschwitz en Ošwicim, Polonia. Toda persona honesta sabe a qué tipo de libertad se referían los nazis. Si alguien no entiende la tragedia del asunto cubano, preguntenle a los judíos.
¿Conclusión del silogismo? Cambios democráticos en Cuba, son inviables sin la previa destrucción total del régimen castrista, sus filiales, sistemas, aparatos represivos y limpieza del Poder Judicial, las Fuerzas Armadas y el resto de las privadas activas, entre otros.
La razón es simple desde los tiempos de Demócrito, es que hemos topamos con una descomunal entelequia esclerótica de proyectos abominables. Castro, sonríe en las sombras epitorreando malignidades, mientras mueve el sonajero. A estos corsos, sólo les queda renunciar a más desastres y entregar el poder a una junta político militar donde esté fuertemente representada la oposición y sus líderes.
Pero es que Castro «El Viejo», como zorro ambidiestro, husmea que la meticulosa destrucción infligida por él y su hermano a la nación cubana, es irreparable, por los menos en de tres generaciones. Mientra ellos vivan, no la arreglará nadie, ni el médico chino y ni aunque le pongan salsitas. Es la manera de ser de los huracanes perniciosos, los desfachatados, los crueles.
Por ahí anda algún que otro demócrata ingenuo, pensante de que los comunistas cubanos no maculados, deben pedir perdón público al pueblo que han atormentado y humillado. Y que a los otros, los feroces, la justicia corriente –nada especial por ser simples maleantes–, la de los criminales cotidianos, les ajustará sus cuentas.
Ante tales alternativas ofuscantes, pienso mejor en el verso 9 del Canto III de la «Divina Comedia» del Dante y abandonar toda esperanza, si antes las siete calderas del Infierno no están en operación. Es que recuerdo a Orwell y el lamento de «…we shall meet in the place where is no darknees».
Autor: Lionel Lejardi (publicado en El País)