Cuba y el desconcierto de los ríos
El Nuevo Herald.com
La fiesta en la finca se acabó. Se trancó el dominó que tenía al ministro pensativo y reconcentrado bajo una gorra de pelotero en el sitio donde debía estar la cabeza. La cerveza del austero doctor se quedó a medias sobre un tanque de hierro. Pero ahora mismo se desvía un arroyuelo y comienzan a llegar personajes a guateques idénticos en otras fincas. A un nuevo ministro se le ahorca otra vez el doble nueve.
Ellos trabajan todos para vivir así. El grupo de compadres y sus familias. Cariñosos, unidos, alegres, distendidos, para volver con fuerza el lunes (una resaca leve) al escenario, al teatro, al papel de defensores de los pobres.
Ha sido una simple sustitución de actores. Esa compañía es enorme y los suplentes sobran. Además, allí se funciona como en los grandes circos de antaño, con varias pistas encendidas al mismo tiempo porque la función no se puede parar. Las fieras tienen que rugir a toda hora para que haya un poco de temor en el público y la gente no se ponga a tratar de descifrar los trucos de los magos viejos de sombreros rotos y conejos de trapo del taller de atrezo.
Para garantizar que los ríos pasen siempre por el fondo de sus propiedades y que haya alguien con una cámara para dejar constancia del buen gusto y la alegría de los dirigentes, hay que mantener a la mayoría apartada, bajo control, con la zozobra de la presencia policial. Y a los rebeldes, los aguafiestas, los empecinados, en la cárcel.
Represión y mentiras para que nadie llegue a quitarles la música ni a bajarlos de los columpios y de los aviones. De esa nube de poder espurio.
Personal adiestrado para que el médico Darsi Ferrer, un activista de la oposición que reclama sus derechos en la calle, sea golpeado en una estación de policía y lo encierren después sin cargos y sin un solo documento en la prisión de Valle Grande, cerca de La Habana.
Ayudantes para que traten de callar a la familia del preso político Ariel Sigler Amaya, un líder opositor condenado a 20 años en la Primavera del 2003, que está entre la vida y la muerte en la sala de penados del hospital capitalino Enrique Cabrera.
“Lo están asesinando lentamente. Ha bajado más de 100 libras. En estos momentos los médicos aún no tienen un diagnóstico. Está demacrado, delgado, canoso, amarillo´´, dijo a los periodistas Noelia Pedraza, esposa de Sigler.
Mercedes Fresneda, una mujer que pertenece al grupo de apoyo a las Damas de Blanco, la asociación de familiares de los presos políticos, afirmó que alrededor del centro hospitalario donde está el preso se mueven unos 15 agentes de la Seguridad del Estado.
“Lo que sacaron los médicos no fue un ser humano, fue un esqueleto. Creo que si sigue en Cuba puede morir, porque no hay posibilidades para él en este país, los médicos están manipulados´´, comentó Fresneda.
Allí, en esos ámbitos, en los medios de pobreza y las penurias, bajo la mirada y la cercanía de los guardias, sí cambian las cosas. Se agudizan las enfermedades de los presos, más de 200 en todo el país. Todo es más grave y más difícil.
Se hace enorme y crece todos los días la distancia del nivel de vida de la población y el de los jefes. Se disipa en la nada el último neblinazo de esperanza de un cambio hacia la modernización y la libertad del país.
En la nueva fiesta, mientras se escucha el murmullo de un arroyo cercano, un muchacho prepara la cámara y uno de los ministros saca a bailar a una señora.
Autor: Raúl Rivero|El Nuevo Herald.com