Un Mártir en vida
Este oximorón de título es la mejor y casi la única forma de describir el agradecimiento que sentimos los presos políticos cubanos por Guillermo Fariñas: para nosotros es un mártir… que felizmente sigue vivo. Él entregó su vida por nosotros, y si Dios no quiso llevárselo sería porque o bien no le había llegado el turno o porque aún le queda mucho por hacer en esta ídem. Él se abnegó de su más preciada posesión por la liberación de los 75 presos políticos y de conciencia de la aciaga Primavera Negra del 2003, y ésa fue su manera personalísima de darlo todo por la Patria o por la felicidad del pueblo cubano.
Creo que hablo por todos los nuestros si digo que nunca en nuestra vida habíamos tenido a nadie a quien tuviéramos que agradecer tanto y al mismo tiempo a quien uno pudiera llamar por teléfono o pasarle un correo. Estas gratitudes suelen reservarse para los fundadores de la Patria, o los autores de grandes descubrimientos científicos, benefactores a quienes se les conmemora con un monumento o una efeméride. Pero sí, “el Coco” Fariñas sigue entre nosotros.
Se batió con lo único que tenía, su vida, contra lo que parecía la rotunda e inflexible negativa de la tiranía castrista a excarcelar a los 26 presos más enfermos entre nosotros y a trasladar a prisiones de nuestras provincias de residencia a los que estábamos más lejos de la familia.
Acababa de morir Orlando Zapata Tamay
o en una crudelísima huelga de hambre acompañada por una gran cobertura mediática internacional, y Fariñas decidió el 24 de febrero que nos iban a ir asesinando uno a uno, o a dejarnos morir que para el caso es lo mismo, después de siete años de injusto encarcelamiento, y que no se podía esperar más. En aquel momento nadie habría creído que su determinación iba a estar coronada por ningún tipo de éxito. “No aceptamos presiones de ningún tipo”, repetían los medios al servicio del Partido Comunista de Cuba. Todo apuntaba a que sería él la próxima víctima fatal de una huelga de hambre y de sed.
Comentaba con mis hermanos de cautiverio, barrotes mediante o en noticias furtivas, el precio tan enorme que se disponía a pagar Fariñas, con esa muerte lenta que se había propuesto como medio para que nos pusieran en libertad. Figuras idiomáticas aparte lo estaba dando todo por nosotros. Era demasiado, era como si no mereciéramos tanto sacrificio. Todos de una forma u otra le pedimos que depusiera su huelga cuando llevaba 60 días, 80, 100. En primer lugar por evitar que se perdiera su vida valiosísima, pero además porque parecía que la voluntad opresiva del régimen era inamovible y que lo que nuestro hermano de lucha estaba haciendo por nosotros no conduciría a ningún resultado efectivo más allá de la alharaca mediática. Todo, menos la pausa y la firmeza en su voz, parecía indicar que era un esfuerzo baldío.
Mi esposa me informó a finales de mayo de que el Cardenal Jaime Ortega a su vez les había comunicado a las Damas de Blanco que era inminente nuestro traslado y la liberación de los más enfermos. Pensé que quizá Fariñas podía aceptar esta promesa oficiosa como garantía suficiente para deponer su actitud. Pero pasaban días preciosos y no se veían traslados ni liberaciones. Consumí mi turno al teléfono de la prisión dictando un escrito al que puse por título la pregunta que nos hacíamos todos: ¿Qué esperan?
A finales de junio casi lo dábamos por muerto. Publicó el periódico Granma un largo reportaje con entrevista al jefe de la sala donde lo estaban atendiendo, que entre tecnicismos y descalificaciones más parecía la esquela mortuoria de un iracundo personaje extraterrestre dispuesto a saltar sobre cualquiera. Ya llevaba más de 120 días. Parecía que todo aquel heroísmo iba a terminar en algo tan prosaico como una trombosis yugular.
A los 134 días apareció en el Noticiero de la Televisión la nota oficial emitida por el Arzobispado de La Habana en que se decía que todos los 52 que quedábamos en prisión de los 75 iniciales seríamos liberados. Ya pudo circunvalar Fariñas el lógico recelo de los que tantas veces han sido engañados y accedió a alimentarse. Su salud está resentida tras 23 huelgas de hambre, todas muy duras, aunque ninguna tan prolongada y riesgosa como ésta.
Acaba de ser galardonado con el Premio Andrei Sajarov que concede el Parlamento Europeo a los defensores de la libertad de pensamiento, lo cual es un claro mensaje de los Veintisiete a todos los tiranos que en el mundo son y para los de Cuba en específico de que su apoyo se concede a las víctimas de abusos a los derechos humanos y no a los victimarios.
Deben permitir las autoridades cubanas que Fariñas viaje a Europa a recoger el Premio, que consta de 50 000 € y que el opositor cubano tiene la intención de donar a la oposición. La gran altura a que se mantuvo su conducta en esos 134 días así lo amerita.
Enlaces: Las Damas de Blanco
Autor: Juan Adolfo Fernández Saínz