Cuba y un éxodo al que no se ve fin
Casi a diario, una nueva cifra, o una nueva tragedia, o un nuevo testimonio tremebundo ponen en evidencia la magnitud de la crisis económica, social y política que se está viviendo en Cuba y que se refleja en un éxodo migratorio sin precedentes. En octubre, barcos del servicio guardacostas norteamericano interceptaron en altamar a 1.100 balseros, más que todos los capturados durante 2021. Y cada día de septiembre, según el Departamento de Aduanas de EEUU, entraron ilegalmente por su frontera sur un promedio de 891 cubanos. Fueron 26.742 sólo ese mes, el que cierra el año fiscal 2022 en EEUU (del 1ro de octubre de 2021 hasta el 30 de septiembre último), que ha batido todos los records: 224.607 cubanos llegaron a EEUU por sus fronteras terrestres en 12 meses, sin contar los más de 10.000 que lo intentaron cruzando el estrecho de la Florida (unos 3.000 lograron tocar tierra), además de los que han emigrado a través de otros países (no hay cifras). Se trata del 2% de los habitantes del país y más del 4% de su población activa, pues “los que se van en su mayoría son jóvenes, muchos de ellos personal cualificado o profesionales, que han perdido las esperanzas en que las cosas mejoren”, indica el economista Omar Everleny.
Everleny es uno de los muchos analistas cubanos que desde hace tiempo advierte de que estamos ante un escenario alarmante, un verdadero drama que compromete el futuro de un país con 11.113.000 habitantes que sufre un grave problema demográfico. En 2021, por quinto año consecutivo, la población decreció (en 68.000 personas), la tasa de nacimientos ha seguido cayendo y el proceso de envejecimiento es cada vez más acelerado (el 21% de los cubanos tiene hoy más de 60 años, proporción que será casi del 30% en 2030, según proyecciones oficiales). Eso sin contabilizar esta última ola migratoria.
A Cuba se les escapan a raudales sus jóvenes, es decir, su futuro. El porvenir del país se ha hipotecado peligrosamente, y esto solo puede desembocar en más inestabilidad política y social”, asegura el también economista Ricardo Torres, que desde hace un año trabaja como investigador y académico en la American University de Washington y es uno de los talentos que ha buscado, temporalmente, nuevos horizontes fuera de su país. El problema de fondo, a su juicio, “radica en que la severa crisis actual tiene que ver con los problemas estructurales que aquejan a la isla por décadas”, y debido a ello la solución es muy compleja: “la corrección de estos desequilibrios requeriría audacia, capacidad en el sector público y muchos años de trabajo duro”.
Un profesor de una facultad tecnológica de La Habana retrata empíricamente la situación actual: “Cada vez que paso lista hay menos alumnos. Sus compañeros me dicen: ‘Profe, ese ya se fue, no diga más su nombre’. Según mi cálculo de bodeguero, en dos años se han marchado al menos el 30% del grupo”. Una camarera de una conocida paladar de La Habana, negocio que ha de renovar el personal cada pocos meses por el mismo éxodo, cuenta de forma muy gráfica su experiencia: “en mi WhatsApp ya no me quedan casi +53 [el código de Cuba], todos son +1 [el código de EEUU]. Y yo soy la próxima”.
La radiografía popular de lo que está sucediendo en la isla es tremebunda: colas inmisericordes, apagones (que afectan también al suministro de agua), desabastecimiento feroz, inflación asfixiante, basura sin recoger en las calles por la falta de combustible, horas de espera para desplazarse a cualquier lugar porque el transporte público no funciona por el mismo motivo, salarios que no alcanzan, escasez de medicamentos y deterioro de los servicios de salud, aumento de las protestas en las calles y gente que se va del país porque ya no aguanta más y vende la casa con todo dentro. Lo cuentan los cubanos en la calle sin que les preguntes, algo novedoso en un país donde hasta hace no mucho cada crítica pública era medida con pesa de joyero.
“El capital político acumulado se va agotando. La confianza en la capacidad del gobierno de enderezar la situación se ha desvanecido ya ante los reiterados titubeos e incoherencias. Es verdad que el margen de maniobra es reducido, pero la ineptitud demostrada con las medidas antiinflacionarias ha agotado las esperanzas”, afirma el reputado sociólogo Carlos García Pleyán, que destaca que “a diario crecen las diferencias económicas y sociales y con ellas la radicalización política. El dialogo es cada día más difícil y la angustia ante el futuro, creciente”.
Como economistas, Everleny y Torres evalúan variables macroeconómicas que inciden en esta crisis, la más profunda vivida en Cuba desde de la desaparición del campo socialista, en los años noventa. La mayoría de los indicadores productivos en la isla son negativos, pero quizás el ejemplo más elocuente del descalabro estatal es la zafra azucarera, que en los años ochenta llegó a ser de 8 millones de toneladas anuales. Entonces funcionaban en el país más de 150 centrales azucareros, la mitad de los cuales fueron desmantelados a principios de este siglo. La zafra pasada sólo molieron 36 centrales y la cosecha fue de 480.000 toneladas, la peor en un siglo. En esta campaña trabajarán 23 fábricas azucareras y la meta es producir 450.000 toneladas, pero será difícil lograrlo pues el plan de siembra en noviembre solo se había cumplido en un 41%, según datos oficiales.
Debido a la extrema falta de divisas y de liquidez, la capacidad del Estado de importar bienes y alimentos se ha reducido en más de un 50% en relación a hace 10 años, lo que ha provocado un desabastecimiento leonino, con su correspondiente traducción en colas desesperantes y un aumento de los precios del mercado negro, agravados por la llamada Tarea Ordenamiento -impulsada por el Gobierno con el objetivo de lograr la unidad monetaria- que ha disparado la inflación.
Factores externos como la crisis mundial actual, los efectos de la pandemia o el recrudecimiento del embargo norteamericano – que le ha costado al país más de 6.000 millones de dólares en pérdidas en los primeros 14 meses del gobierno de Biden, según las autoridades-, han contribuido a hacer más profundo el precipicio. Pero, considera Torres, “el principal problema que tiene Cuba es que su modelo económico no ha evolucionado, y eso le impide aprovechar sus recursos internos e insertarse viablemente en el mundo”. Lo ratifica Everleny, que señala que el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas privadas, aprobadas en enero de 2021 después de diez años de espera, todavía enfrenta numerosas trabas y obstáculos aunque ya hay 5.600 autorizadas. “El sector privado es la gran reserva con que se cuenta, pero los cambios han sido demasiado lentos, para reactivar la economía hacen falta transformaciones decididas y radicales”, indica.
A juicio de la historiadora Alina Bárbara López, a diferencia de otras crisis, lo que marca ésta precisamente es “que la población ha perdido totalmente la esperanza, ven que el Gobierno es incapaz de introducir los cambios que el país necesita para que las cosas mejoren, y no son solo cambios económicos, sino también políticos. La gente no aguanta más, no ve futuro, es una crisis humanitaria: se van familias enteras, y gran parte son los jóvenes que más valen, los más emprendedores”.
En la calle no se habla de macroeconomía sino de sobrevivencia cotidiana, algo que se ha convertido en una tragedia para la mayoría. Un cardiólogo gana en Cuba aproximadamente 6.000 pesos mensuales (el salario mínimo es de 2.100 y el medio de 3.800). En los agromercados, donde rige la ley de la oferta y la demanda, los precios son astronómicos, pero dada la improductividad de las granjas estatales en estos agros es donde único puede uno surtirse de vegetales y viandas. En el barrio habanero del Vedado funciona uno de ellos. Una libra (453 gramos) de tomate cuesta ya casi 300 pesos. Una de cebolla, 280. La de frijoles negros, 120, y la de limón 200. El kilo de puerco, lleno de gordos, pasa de 800 pesos, un aguacate te sale a 50 pesos (si no es muy grande). Los precios suben cada día, y a las puertas de este agro los revendedores ofrecen el cartón de huevos a 1.600 pesos, la bolsa de pollo (4,5kg) a 2.500 y el litro de aceite vegetal a 700.
El dólar, que al comienzo de la tarea Ordenamiento, en enero de 2021, se cambiaba en el mercado negro a 35 o 40 pesos –la tasa oficial era en ese momento de 24 por uno-, subió a 115 en agosto de este año, y ahora se cambia a 175, aunque ha llegado a estar a 200. “El que no tiene dólares, que es la mayoría, está muy jodido”, dice un cubano de a pié, que afirma que quizá el asunto más crítico en este momento es el de los apagones. Desde hace meses en muchas zonas del interior del país los cortes del suministro eléctrico son de 12 horas diarias, o incluso más, debido al pésimo estado de las termoeléctricas por la falta de inversiones y la dejadez.
En medio de la actual estampida, cada vez hay más noticias de tragedias, la última de ellas en Bahía Honda, en la costa noroccidental de Cuba, a unos 100 kilómetros de La Habana. En una operación de tráfico de personas, una lancha llegada de EEUU fue interceptada por guardacostas cubanos cuando huía con 23 cubanos a bordo. La versión oficial habla de “accidente” cuando ambas embarcaciones “chocaron”. Los sobrevivientes denuncian que fueron embestidos deliberadamente con el propósito de hundir el bote y lo califican de “asesinato”. Siete personas murieron ahogadas, entre ellas una menor.
Cuba Culpa a EEUU de este tipo de sucesos por “estimular la emigración ilegal” al mantener vigentes leyes que benefician a los cubanos (la Ley de Ajuste Cubano, que permite obtener la residencia permanente al año y un día de entrar al país, aunque se haya ingresado ilegalmente a EEUU). También, por el incumplimiento del acuerdo bilateral vigente, que estipula la entrega de 20.000 visados anuales de emigrante a ciudadanos cubanos, y por el recrudecimiento del embargo, al que el Gobierno de La Habana echa la culpa del agravamiento de la crisis y de casi todos sus males. EEUU argumenta que es la incapacidad del Gobierno cubano de garantizar una vida mejor a sus ciudadanos lo que fomentan la actual crisis migratoria, que Washington no desea. Esta semana viajaron a La Habana la subsecretaria de Asuntos Consulares del Departamento de Estado, Rena Bitter, y la directora de los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de EEUU, Ur Mendoza Jaddou. Se trata de la visita de más alto nivel de funcionarios estadounidenses a la isla desde que Joe Biden llegó a la Casa Blanca, y se anunció la reanudación total del procesamiento de visas de inmigrantes a partir del 4 de enero de 2023 y el restablecimiento de los servicios consulares de Estados Unidos en La Habana. Este sábado, fuentes norteamericanas anunciaron que Cuba acaba de acordar con el gobierno de EEUU recibir vuelos de deportación de inmigrantes irregulares cubanos retenidos en la frontera de México, una novedad que podría cambiar las reglas del juego si se aplica.
En noviembre, Cuba llevó a votación una resolución de condena a EEUU por su política de bloqueo y fue aprobada por abrumadora mayoría: 185 países a favor, EEUU e Israel en contra, y las abstenciones de Ucrania y Brasil. Lo mismo sucede desde hace 30 años y todo sigue igual. En este diferendo político, los cubanos siguen atrapados desde hace seis décadas, y van siete muertos más.
La historiadora Alina Bárbara, muy crítica con el gobierno cubano pero también con el de EEUU, al que ha pedido en reiteradas ocasiones el fin del embargo, enumera varias cosas a tomar en cuenta: según los acuerdos migratorios vigentes, EEUU debería conceder 20.000 visados anuales a los emigrantes cubanos, “pero sólo este año se han ido más de 20.000 al mes arriesgando su vida cruzando fronteras centroamericanas desde Nicaragua. El Gobierno cubano debiera cuestionarse que algo grave está pasando, no pretenderá que le den 20.000 visas mensuales”. Lo segundo es que quiénes se van ahora son los jóvenes que tienen mayor capacidad económica y mayor talento, los que se quedan son los que no tienen como irse. “Es lo que va a quedar aquí”, dice. Señala, además, que el Gobierno cometería una “grave equivocación” si considerará que, tras las masivas protestas del 11 de julio del año pasado y la olla de presión en que se ha convertido Cuba por el deterioro de las condiciones de vida, creyera que la emigración “es una válvula de escape que le beneficia”. “La gente que se va ahora no son los emigrantes de antes, que se marchaban pero iban a mantener a sus familias. Los jóvenes ya no quieren saber nada de esto, ni casi tienen familias porque todo el mundo se va”.
El barítono y emprendedor cubano Ulises Aquino escribía recientemente en sus redes sociales que cada vez más miembros de su compañía, La Ópera de la Calle, le llaman para despedirse. “Cada una de estas llamadas son un golpetazo en la cabeza. Han sido muchas llamadas, demasiadas llamadas…”, asegura Aquino, que opina que “lo peor es que no van pensando en ‘Got Talent’, ni en ‘La Voz’. Se marchan pensando en trabajar, en luchar por la vida, en poder comer sin que sea un martirio, en soñar aunque los sueños no se cumplan, pero nadie les prohíbe soñar”. Considera que “ahí radica el gran problema: hace mucho que este no es el sueño de muchas generaciones, más bien se ha convertido en la paranoia de los jóvenes y la pesadilla de los viejos”.
Carlos García Pleyán coincide con este análisis: “La gente se pregunta ya si merecen la pena los sacrificios cuando ni la razón última de la Revolución puede mantenerse: la justicia social y la equidad”. ¿Cuánto daño hicieron las medidas de Donald Trump para asfixiar la economía cubana? Seguramente mucho, pero, dado que este factor La Habana no lo puede cambiar, la mayoría de los analistas se preguntan cuánto ha influido en la desesperanza nacional la lentitud de los cambios. Concluyen que, ante una situación crítica y un éxodo como el que vive Cuba en la actualidad, lo que parece claro es que “el continuismo y el seguir como estamos” es lo único que no es alternativa. “Es apremiante salir de esta parálisis si se quiere recuperar la esperanza de un futuro mejor”, afirma Pleyán.