El único argumento del tardo-castrismo ante un intelectual disidente: la mordaza
El pasado lunes la intolerancia de un grupúsculo de 20 personas impidió a Raúl Rivero, expreso de conciencia, poeta y opositor político cubano, dar el discurso previsto en un acto organizado por la Universidad de Sevilla. Dicho encuentro estaba promovido por el Council on International Educational Exchange (CIEE) de Sevilla, y se celebraba en el Paraninfo de la institución académica.
La Universidad de Sevilla condenó enérgicamente lo sucedido: «Con independencia de cualquier posicionamiento ideológico concreto, hechos como éste son contrarios a la esencia de la Universidad como ámbito de libertad y que, por tanto, merecen la más enérgica condena de la Comunidad Universitaria».
Solidaridad Española con Cuba considera lamentable que Raul Rivero, después de sufrir cruel cárcel por discrepar del régimen, sea ahora en España víctima de este “acto de repudio”.
Raúl Rivero fue uno de los 75 detenidos en la Primavera Negra de Cuba. Fue condenado en 2003, tras un juicio sumarísimo, a más de 20 años de prisión por un delito de opinión. Tras conseguir su excarcelación se ha convertido en uno de los principales símbolos de la oposición cubana.
Este hombre, un intelectual premiado en Cuba como poeta antes de pasar a la disidencia por pedir cambios a principios de los noventa, sin duda incomoda al castrismo, que tiene grandes dificultades en catalogarlo creíblemente dentro de su amplia gama de insultos. Ante los agudos argumentos y las experiencias de Rivero, vividas en carne propia, ante estos testimonios y razones de un poetazo como él, el régimen no tiene refutación válida. Sólo queda la mordaza. Impedir que Rivero hable es el único y lamentable argumento del tardo-castrismo.
A continuación recogemos las palabras que Rivero no pudo pronunciar en Sevilla:
Las decenas de periodistas que sufren hambre, enfermedad y castigo en las cárceles de la Isla de Cuba son rehenes de un grupo de compadres que tomó el poder por la fuerza y por la fuerza se mantiene por casi medio siglo en un trono que se levanta sobre la policía y la propaganda.
Amanecer en una celda de castigo todos los días es una práctica que produce una especie de hastío por la vida. Desayunar una brizna de pan sucio y trasnochado con un poco de agua de azúcar y esperar unas cucharadas de arroz y hierbas en el almuerzo y la misma ración para la cena, es un antídoto contra toda ilusión.
Pero si, por ejemplo, uno tiene que esperar tres meses para ver a su familia durante dos horas en una celda con bancos de cemento y bajo los ojos de los guardias, tampoco tendrá mucho desvelo porque llegue el día de la visita y el reencuentro con las personas que ama.
Esta descripción no es un relato que produce el odio, el rechazo o la imaginación. Lo viví yo durante dos años y lo vive ahora mismo, este día espléndido de la primavera del dos mil seis, Víctor Rolando Arroyo, el periodista de Pinar del Río que fue sometido a dos golpizas salvajes en la cárcel de Guantánamo. En el Guantánamo de la capitanía castrista, donde funciona un almacén de hombres hace más de 30 años.
Todo eso lo padece el joven informador Pablo Pacheco en la prisión de Canaleta, junto a sus colegas Pedro Argüelles y Adolfo Fernández Sainz y el joven foto reportero Omar Rodríguez Saludes, que cumple 28 años por fotografiar y filmar en su país zonas de la sociedad que la dictadura no quiere que se conozcan.
Lo sufren Normando Hernández, un profesional que fundó una pequeña revista hecha con métodos artesanales en Camaguey y de la que pudo sacar un solo número. Enseguida los tribunales revolucionarios le pidieron una condena de cadena perpetua, aunque después se le rebajaran graciosamente a cinco lustros.
En el caso de Hernández, como en el muchos otros, hay que añadir el tormento de diferentes patologías mal atendidas debido a la escasez de medicamentos y a enorme población penal y el hacinamiento de prisioneros. En galeras habilitadas para veinte cautivos suelen convivir quince o veinte más, que deben dormir en el suelo y compartir un solo baño sanitario y el agua racionada.
Esta es la categoría de vida que lleva ahora en el Combinado del Este de la Habana, el poeta y periodista Ricardo González Alfonso, con el agravante de que ha sufrido dos operaciones en los siempre sospechosos quirófanos carcelarios y su herida inicial, que data de noviembre de 2004, no acaba de sanar, no cierra, no se cura.
Así pasa la juventud de Fabio Prieto Lorente, un joven corresponsal que languidece en una prisión en la Isla de Pinos, 120 kilómetros al sur de La Habana, porque estuvo años informando sobre la realidad de aquél territorio donde la barbarie es más libre porque no hay sedes diplomáticas ni periodistas extranjeros que registren los atropellos.
En la cárcel de Guanajay, entretanto, a solo unos kilómetros de la capital cubana, los médicos militares acaban de reconocer que la patología que afecta al periodista José Ubaldo Izquierdo, preso desde marzo del 2003, no podrá encontrar remedio en las duras condiciones en que se encuentra. Izquierdo, de 40 años, cumple una sanción de 16 y trabajaba como columnista en una agencia del periodismo independiente cubano.
Ya sabemos que el Día de la Libertad de Prensa donde único se podrá celebrar en Cuba con dignidad y pleno derecho es en los calabozos de cualquiera de las 300 prisiones que pueblan el mapa de esa pequeña isla del Caribe.
Están en las sombras a donde han ido a parar por ser libres en un país donde la palabra libertad en boca de los amanuenses es un rumor de estopa y podredumbre y pronunciada por los hombres libres un delito que te lleva a la cárcel.
Pero solo allí, en esos calabozos donde nadie ha perdido la esperanza, es donde se puede hacer un brindis sincero y legítimo por esta fecha. Aunque lo se levante para brindar sea un jarro sucio de aluminio con un trago de agua impura y tibia de los manantiales subterráneos de Cuba.
Autor: SEC