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Ayer, 11 de febrero, se cumplió el aniversario 20 de la liberación de Nelson Mandela de las cárceles racistas en Sudáfrica. Este hombre, uno de los grandes líderes morales y políticos de nuestro tiempo, equiparable con figuras como Abraham Lincoln, Mahatma Ghandi, Martin Luther King Jr. y nuestro José Martí, constituye una referencia para todos los que luchamos por la defensa de la democracia y el respeto a los derechos humanos, muy en particular para quienes se encuentran en las cárceles o en algún momento lo han estado por defender esas ideas.

Mandela fue arrestado en 1963 y condenado a prisión perpetua en 1964, aunque el fiscal se esforzó denodadamente para lograr la pena de muerte. Su prolongada permanencia en las cárceles -27 años- a pesar de las penalidades y serias enfermedades, no debilitó su carácter y decisión de luchar contra el apartheid, sino por el contrario, reforzó su pasión por conseguir la libertad y la dignidad de su pueblo, sometido a las más abominables prácticas de segregación racial en su propia tierra por muchos años.

Mandela nació cerca de Qunu, en la región del Transkei, en el este de Sudáfrica, en una familia real Xhosa. Tempranamente renunció a su derecho hereditario a ser jefe tribal, para dedicar su vida a luchar por los derechos del pueblo negro surafricano, y más tarde de todos los ciudadanos de ese país, al encabezar un movimiento de reconciliación que evitó una conflagración racial, en la cual la minoría blanca hubiera resultado la máxima perdedora. Con su renuncia a una vida apacible, por una llena de peligros y sufrimientos, desde muy joven prefirió “la estrella que alumbra y mata” a las comodidades, y como Martí se la colocó en la frente como símbolo de su irrevocable decisión de luchar por la erradicación del apartheid.

Quien lea su autobiografía, El Largo camino hacia la Libertad, seguro quedará impresionado por los avatares que tuvo que vencer y el coraje mostrado ante las dificultades en todo momento. No obstante, sin menospreciar esos importantísimos rasgos de su personalidad, resaltan todavía más sus características humanas, nobles y humildes.

Al ser liberado, uno de sus primeras acciones fue despedirse respetuosamente del jefe del lugar de reclusión y solicitar hacer lo mismo con el resto del personal. Asimismo, en su viaje a Ciudad del Cabo para mantener el primer contacto con sus seguidores, descendió del auto para saludar a granjeros blancos, evidenciando su intención de unir a los sudafricanos. Más tarde aceptó el cargo de vicepresidente del Congreso Nacional Africano (ANC), aunque Oliver Tambo deseaba entregarle la presidencia. En 1994 resultó el primer presidente negro de Sudáfrica, pero al concluir su mandato, en 1999, declinó ser reelegido y se retiró de la política activa, con ello dio una nueva muestra de desinterés personal.

Su nobleza y sabiduría permitió una salida incruenta a un conflicto, cuya solución la mayoría de los analistas veían sangrienta a más largo plazo, teniendo en cuenta los odios acumulados, y a pesar de haber sido Mandela el iniciador de la lucha armada del ANC. Pudo avizorar que la solución estaba en la unidad de todos los ciudadanos, blancos y negros, y logró prevalecer por encima de los obstáculos interpuestos por los extremistas blancos y las incomprensiones de su propia gente. Así también evitó el éxodo masivo de la población blanca, que hubiera afectado la estabilidad y el desarrollo económico y social de Sudáfrica; fenómeno que se dio en otras naciones con grandes perjuicios.

La vida de Mandela contrasta con la ejecutoria de dirigentes de otros países, que aupados en una cresta de apoyo popular, enfermos y ansiosos de poder, han terminado sus días desacreditados y rechazados por sus pueblos. Hubieran sido todo, pero acabaron siendo nada.

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Autor: Oscar Espinosa Chepe-Cubanet