Orlando, Reina Luisa, nos habéis partido el corazón y revuelto las entrañas
María Benjumea/Payolibre
El rostro en primer plano de Reina Tamayo en horario estelar de TVE nos fulminó a todos. Conocíamos sólo a la pálida y distinguida Yoani, articulada y elocuente universitaria, de lo que ha quedado de la clase ilustrada habanera a pesar de la Revolución. Pero no habíamos escuchado nunca en la tele a ninguna señora de blanco de la raza que tantos en España creen todavía que la Revolución redimió.
Ninguna señora cubana vestida de blanco, de ningún tono de piel, ha sido entrevistada por TVE jamás desde que el PSOE subió al poder en el 2004. Ahora sabemos que Reina tenía un hijo, Orlando, que llevaba casi 7 años en una prisión y 80 días en huelga de hambre, y que las torturas y el maltrato a los que fue sometido le llevaron a no querer seguir viviendo de rodillas. Y que no era un preso común, sino un “disidente”, que se había ganado la vida de albañil antes de caer preso, pero que siempre pensó por su cuenta. Todo eso nos dijeron en la tele.
“Aquí no hay derechos humanos, sólo represión y tortura: tortura que ha matado a mi hijo, y hace falta mano dura contra los asesinos”, nos dijo a todos mirándonos a los ojos, con una cara que representa muchos más años de los que en realidad tiene. Su peinado, su vestimenta, su acento popular no casaban con la idea de una “mercenaria” de los americanos: era nuestra gitana clamando contra la brutalidad de la policía o de los carceleros de su hijo, la gitana que se nos clava en las entrañas.
Hacía tiempo que no veíamos a la corresponsal en La Habana, Sagrario García-Mascaraque, desde los tiempos felices del concierto de Juanes; de los breves minutos sobre unos tumultos populares contra un señor que sabíamos era el esposo de Yoani, pero no sabíamos qué había hecho para que una turba se abalanzara sobre él; y de alguna visita de mandatario que nos llenaba de tedio o bochorno.
Pero ayer Sagrarío se aplicó a fondo y vendió un largo reportaje a la tele pública, contaminada del sectarismo y las consignas del gobierno. Nos llevó a la sala de Laura Pollán, donde estas señoras de blanco, muchas de raza negra o mulatas, hacían vigilia en silencio por el hijo de Reina; una sala adornada con fotos de presos, carteles por los derechos humanos, y un libro de condolencias con la foto de un joven negro.
Algunas de estas señoras denunciaron serenamente que Orlando había sido asesinado por el Gobierno cubano y sus cancerberos. Ni una lágrima en público.
Nos sacaron a un señor que hablaba de más de 200 presos políticos y que denunciaba 30 arrestos en la remota provincia donde se celebraría el funeral, para impedir que hubiera un duelo de amigos y familiares. Una historia incomprensible en cualquier lugar del mundo: ¿impedir asistir a un funeral?
Nos enseñó una secuencia de un destartalado patio de prisión que sólo verlo daba calor y asco: el escenario de la barbarie, la verdadera cara de un régimen atroz.
Fuimos frente a la Embajada cubana de Madrid donde se habían congregado 50 personas para honrar a Orlando. ¿Pocas? No. Aquí una multitud si de Cuba se trata. Una ofrenda de flores, un escultural joven y ya famoso activista denunciando a los asesinos y pidiendo libertad para su país. Era la gente de “Cuba, Democracia ¡Ya!”, una asociación de cubanos madrileños militantes que va creciendo. Unido a ellos, Omar Pernet, un preso de raza negra desterrado en España desde febrero de 2008, confinado en una silla de ruedas como resultado de las torturas que le infligieron en prisión. Omar, con su gracejo cubano, contándonos del Infierno.
Omar, reducido a la indigencia por el Gobierno español desde hace cuatro meses, junto a otros tres compañeros, y ante la indiferencia de la prensa y el ominoso silencio de muchos cubanos del exilio aquí y de españoles humanitarios, es otro símbolo viviente, como Reina, de la monstruosidad del régimen: un perpetuo inquilino del presidio cubano que podría haber terminado pidiendo limosna en una calle de Madrid, si la Presidenta, la denostada Esperanza Aguirre, no se hubiera ocupado de él asegurándole un subsidio. Y de los otros compañeros.
Frente a ellos, el inefable grupito de castristas españoles y latinoamericanos en un acto de escarnio que ya nos parece exangüe, esperpéntico, pero todavía horrendo.
TVE nos llevó a Ginebra, a la Sala de los Derechos Humanos de la ONU, decorada con la preciosa cúpula pintada por Miquel Barceló y pagada por España. Un Foro por la abolición de la pena de muerte el mismo día de la muerte de Orlando. Qué ocasión única perdida: un presidente de Turno de la UE, de la misma sangre que la mayoría de los cubanos, que lanza un discurso abstracto y lleno de tópicos y no es capaz de utilizar su tribuna para pronunciar el nombre de Orlando Zapata y plantarle cara a Castro. Un presidente que en su inanidad moral y su vacuidad intelectual, su discurso melifluo y alambicado, nos revela la insustancialidad y el extravío de la socialdemocracia europea.
Tal cobardía monumental la trataron de remediar sus chambelanes: el ex presidente de Andalucía durante 19 años (sí, 19), y ahora Vicepresidente segundo Manuel Chaves, del círculo íntimo de Felipe González, fue a un debate nocturno de TVE, “59 Segundos” tratando de enderezar el entuerto: patético intento de defender la paradoja moral en el que el Gobierno nos ha empantanado.
El ya acorralado canciller Moratinos huyó a Marruecos, donde fue entrevistado junto al despótico sultán Mohammed VI; sólo le sacaron balbuceos.
A los españoles que tenemos a Cuba metida en la familia y en el corazón desde pequeños, los que oímos historias de terror e infamia a manos de unos barbudos que después nos encontramos en la Universidad convertidos en héroes, la gestión de este gobierno nos llena de desolación. Volvemos a Franco y su célebre, “A Cuba ni me la toquéis”, a un antinorteamericanismo de derechas y de izquierdas ancestral, que se revela miserable cuando TVE nos cuenta la realidad de un régimen cuyos “logros” se han revelado en la pesadilla que siempre fueron.
Sabemos que España tiene ya un estigma indeleble, el fantasma de Valeriano Weyler que reaparece en la memoria histórica de los cubanos. Se puede matar de indiferencia y de incuria. A esa “España que nos ha helado el corazón” que decía Antonio Machado, Reina Luisa Tamayo la ha despojado de toda su retórica.
Sagrario, la corresponsal, no ha podido llegar a Banes: no llegamos al funeral.
Orlando Zapata, el último estoico, como lo define Aleaga Pesant, descansa en paz.
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Autor: María Benjumea/Payolibre