Fidel Castro y la Seguridad del Estado Cubana se han metido en un gran lío. Nadie puede con las Damas de Blanco. Ni el chantaje, ni el hambre, ni la falta de medicamentos, ni la amenaza de la cárcel amedrentan a estas mujeres humildes que han demostrado una valentía sin par.

Junto a ellas se aprende a llorar y a reír en medio del miedo y el terror. Lo viví en carne propia en casa de Laura Pollán en Centro Habana una tarde de octubre del 2003 cuando la Seguridad del Estado se empeñaba en una «conversación» conmigo. Segura estoy que sin el apoyo de Blanca Reyes, Laura Pollán, Yoli, Dolia Leal, Barbarita, Nancy, Julia, Dulce -la lista seria interminable- yo nunca hubiese tenido fuerzas para escribir ni una línea después del 18 de marzo del 2003.

No todas soportamos hasta el final pero la mayoría sí lo lograron. Una muestra ha sido en que días atrás se le haya otorgado a Las Damas de Blanco el Premio Sajarov. Es un mensaje de aliento después de casi tres años de dolor, angustia y, por qué no, dudas, divisiones y mucha incertidumbre sobre el futuro.

Pero la contagiante risa de Dolia Leal así como su llanto en momentos de desesperación, la fe, que mueve montanas, de Nancy Alfaya, la paciencia y dulzura de Laura, la inteligencia de Yolanda Huerga, la hospitalidad de Gisela Delgado, la valentía de la madre de Arturo Suárez Ramos, los consejos de Elsa Morejon y la experiencia de Marcela constituían, además del amor por los presos, nuestra fuente para mantener la unión y la perseverancia.

¿Por qué la Seguridad del Estado y Fidel Castro no han podido con ellas? Muy sencillo. Porque están dispuestas a morir. Esa es la mejor muestra de amor contra la que no puede una dictadura. Estar dispuestos a morir por los hombres inocentes que sufren día a día detrás de las mazmorras. No es cuestión de sentimentalismo barato. Se trata de «o lo sueltan, o me meten presa», «o lo sueltan, o me tienen que asesinar en medio de 5ta Avenida». Sin alternativas.

Con estas dos últimas frases nos sentíamos llenas de poder cuando había que caminar frente a un operativo de miembros de la Seguridad del Estado y sin la prensa extranjera presente. Es decir, desprotegidas y a merced de una orden del tiranosaurio.

Juntar nuestras manos ante la Virgen de Santa Rita, patrona de los casos imposibles, era nuestro escudo contra los opresores. No teníamos otra arma. Ver a las hijas de Gisela, una de cinco anos y la otra de 14, rezando por su padre Tony, condenado a 20 años, o a los cuatro pequeños del Doctor Paneque, condenado a 25, nos hacia reflexionar sobre el presente de esos niños y por cuantos años no verán a sus padres.

¿Cómo olvidar los ojos de Samuelito, 5, cuando estiraba con fuerza y orgullo su pulóver y le mostraba a todos la foto de su padre, Omar Ruiz (condenado a 20 años) plasmada en el mismo?

Cuando alguien llora las demás le dan aliento. Cuando alguien grita de desesperación siempre la rodean voces de esperanza en un futuro mejor. Cuando alguien duda y quiere abandonar la lucha el ímpetu de las otras la estremece y la hace recapacitar. Así son las Damas de Blanco.

Mujeres sencillas que anhelan la libertad de sus hijos y esposos condenados a penas de cárcel inhumanas propias de una dictadura sin piedad con el que piensa diferente.

Claudia Márquez Linares es una periodista independiente cubana exiliada en Estados Unidos desde junio del 2005. Sus artículos y comentarios han sido publicados en el New York Times, The International Herald Tribune, The Christian Science Monitor, Los Angeles Times, y El ABC de España, además de numerosos medios de difusión on line de America Latina y Europa.
Autor: Claudia Márquez Linares