Rechazo las descalificaciones personales y las ofensas y reprobaciones en medio de los debates de ideas y en las contiendas políticas. Las rechazo porque esa práctica carece de altura profesional y demuestra que quien usa adjetivos denigrantes para su adversario anda escaso de argumentos y sobrado de odios y frustraciones. A ese nivel rasante, el sujeto se encuentra ya al borde del desfiladero y en la antesala de la derrota.

Pero claro, el hecho de que nunca responda en el patio del mismo solar al que se me convoca, sólo quiere decir que no incluyo los insultos en mis textos de respuesta por respeto a los lectores. Pensarlos, los pienso, y guardarlos para libros que ya están comprometidos con editoriales, los guardo.

Esta semana estuve a punto de hacer una excepción. En realidad, ver en la pantalla de mi televisor, al amanecer de un día de primavera en Madrid, al ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Felipe Pérez, insultar a los presos políticos ante medios de prensa de todo el mundo y en presencia de una delegación española de alto nivel, me inspiró enseguida una respuesta apresurada donde lo describía como un embutido de Stalin y el conde Drácula. Afortunadamente, me contuve al final.

Sentí ese impulso perturbador porque es repugnante que alguien, nombrado a dedo por un dictador, hable con desprecio y, en nombre del pueblo, de más 300 verdaderos demócratas encarcelados, sepultados en vida en calabozos por no compartir una línea de pensamiento cuyo único objetivo es mantenerse en el poder. A toda costa, lo mismo detrás de la levita de Carlos Marx que empeñando la leontina de José Martí.

Para ellos el tiempo no pasa. Creen que lo ganan. Los apapipios se consideran entendidos en materia de inmortalidad. Les inducen esa fe, desde las alturas del limbo, los señores que se niegan a pasar.

Pienso que esa declaración del funcionario cubano y el hecho de que ni el ministro Miguel Angel Moratinos, ni nadie del primer nivel de su delegación, se haya dignado a recibir a los representantes de la oposición pacífica y a una comitiva de las Damas de Blanco, anularon la eficacia de la publicitada visita de 48 horas a Cuba, al menos, en lo que se refiere a España como una presencia importante en el proceso de cambios que se avecina en la isla.

No se puede ningunear a quienes representan la real franja democrática de la sociedad cubana. Ni se puede aceptar un diálogo de derechos humanos con un gobierno que asume ese valor universal como un asunto interno del estado totalitario. Y, mucho menos, si de manera pública se excluye de la agenda –con una frase atropellada y bárbara– el tema de los presos políticos.

Nadie se puede conducir con decencia y como un caballero ante unos rufianes. Este tiempo, que es otro porque es el mismo, no le da entrada a las ingenuidades. La ingenuidad es una tarjeta transparente que se intercambian los niños y los enamorados. Es penoso asistir en silencio a esa excursión naif, concebida por comisarios políticos y a paso de conga, preparada para Moratinos, como si se tratara de uno de esos nuevos aprendices de tiranos que aparecen ahora en el continente. Escuela de Medicina, arte y besos a niños en las calles (la mayor fantasía de Todor Yikov) para después, en el minuto final y ante la prensa, contemplar como Pérez se pone, con un gesto rápido, su corbata de esbirro.

Creo que el viaje es un éxito para los empresarios españoles y todos estamos de acuerdo en que los gobiernos tienen, entre sus deberes básicos, el de defender los intereses económicos de la nación. Aunque hay muchos caminos y veredas.

Pienso que los presos y los opositores políticos, los hombres y mujeres que tarde o temprano participarán de manera decisiva en el futuro de Cuba, tienen razón en estar indignados y distantes. Esto ha sido un guateque para los secuestradores de la nación cubana.

Con los opresores no se puede negociar con emoción y gratitud, sino con firmeza, cautela y sin música de fondo.

´´¿Qué van a hacer ahora los cubanos?´´, me preguntó anoche desde Oslo un periodista noruego muy amigo mío. Los cubanos de la isla y del exilio –le dije– lo de siempre, trabajar por la libertad de los 29 periodistas, de todos los prisioneros políticos y de conciencia y a favor de los grupos de la oposición pacífica y por la democracia porque los tiempos oscuros –ya se sabe– son los que suelen anticipar el alba de oro.

Autor: Raúl Rivero (publicado en El Nuevo Herald, el 8 de abril de 2007)