Un hombre afortunado
Michael Moore, está en problemas. Vino a Cuba sin permiso y quizás deba desembolsar unos cuantos dólares de multa por violar la ley que impide la visita de ciudadanos norteamericanos a Cuba. Es la letra y el espíritu del embargo impuesto a la última dictadura del hemisferio occidental.
El cineasta conocido por su irreverente obra estuvo por la isla rodando algunas escenas de un nuevo documental donde intenta mostrar comparativamente, los problemas del sistema de salud en los Estados Unidos.
No se le cuestiona la temática, ni la forma de abordarla, siempre con un estilo descarnado que revela su inclinación por desacreditar un modelo de gobierno en el que no cree o simplemente lo considera injusto, retrógrado, inhumano. Es su versión, que a pesar de su parcialidad y afilada crítica, puede concluirla sin que nadie lo acuse de subversivo y tenga que comparecer en un tribunal bajo cargos de conspiración u otras figuras delictivas concernientes a la seguridad del estado.
Puede que algún coterráneo le endilgue epítetos que hieran su moral, otros le anuncien por el teléfono la inminencia de un linchamiento, pero ahí está en plenitud de facultades para continuar cámara en mano sin que los temores le priven del ejercicio de la libertad de expresión.
Moore vive de espaldas a una realidad que debería, al menos levemente, sonrojarlo. Es ciudadano de un país libre, puede verter cualquier criterio, grabarlo, exhibirlo, sin consecuencias fatales. Puede replicarle a sus detractores, oral o por otros medios así sea el presidente de la nación, un congresista, cualquiera que se oponga a sus puntos de vista.
Nada lo detiene a no ser la pereza, la falta de tiempo, nunca una orden de la policía o un requerimiento de la fiscalía para comunicarle una acusación por delitos de conciencia o criminales a tenor de sus realizaciones cargadas de invectivas.
En Cuba, hubiese bastado con su primer documental Fahrenheit 9/11 para ir a conocer los calabozos de Villa Maristas, el cuartel general de la policía política. Allí le aseguro que no tendría que hacer dieta para adelgazar. En un mes decenas de libras de menos y quizás con manifestaciones psíquicas propias de un orate. De conservar la cordura, el juicio sumarísimo, una condena ejemplarizante y los rollos o las cintas de la obra quemados en la hoguera.
Ya, de acuerdo a fuentes cercanas a Moore, los posibles espectadores no se quedarán privados de la muestra audiovisual. Una copia fue enviada fuera de Estados Unidos ante la posibilidad de cualquier percance que impida el debut, así lo describe una información de Europa press.
El próximo 19 de mayo, Sicko, que es el título del documental, se estrenará en el célebre festival de Cannes.
Moore debe estar tranquilo. Su obra concluida, esperando desplegarse en las pantallas del cónclave francés.
Disfrutará de los aplausos, las adulaciones se convertirán en un traje a la medida. Tal vez hasta un premio que le impulse a otro periplo por las zonas donde el capitalismo cojea.
Todo parece indicar que Cuba estará presente en la película. Las credenciales de una salud pública envidiable. El gesto humanitario y profesional a los norteamericanos que trajo en marzo a La Habana a que se aliviaran sus dolencias. Eso y más con vistas a ampliar el golpe de efecto que ridiculice el status quo que rige en la superpotencia.
Estoy seguro que faltarán referencias a la insalubridad presente en casi la totalidad de los hospitales en Cuba, los destrozos arquitectónicos, la carencia de personal calificado, los baños como chiqueros, la pésima elaboración de los alimentos, los robos, la corrupción.
Por otro lado, el embargo como justificante y Moore llamándole bloqueo. La misma cantinela sin matices y soslayando un análisis objetivo de la medida restrictiva puesta en vigor a causa de las arbitrariedades y la sistemática vulneración de los derechos económicos, sociales y políticos del pueblo cubano por parte de sus gobernantes.
No puedo creer en Michael Moore. Mis aplausos los guardo para los cubanos que sufren en las cárceles por ejercer la libertad de palabra o exigir una participación real en los destinos del país independientemente de su signo ideológico. También para los que soportan en las calles, el asedio de las brigadas parapoliciales, la persecución, las alusiones infamantes.
Acertada o reprobable, la prohibición para visitar Cuba es un asunto menor. Moore puede optar por infinidad de itinerarios, filmar temas sensibles de la realidad circundante, y dormir tranquilo. Yo, ni la mayoría de los cubanos podemos realizar esos sueños.
Nuestra pesadilla no es una multa por visitar un país prohibido. Es vivir condenados al silencio y a la injusticia por un régimen que gobierna con el garrote.
Lástima que no vea más allá de sus resentimientos. Audaz, cáustico, persistente, Moore es todo eso y además un enemigo acérrimo de la objetividad.
Es libre para decir lo que piensa. Un hombre, a pesar de todo, afortunado.
Autor: Jorge Olivera Castillo