Los hombres honestos y lúcidos que se hicieron libres por cuenta propia en medio de la vida estancada de los pueblos cubanos, bajo los redoblantes de la propaganda y la ronda de la policía, tendrán que leer un día que ya tiene almanaque la biografía de Librado Linares. Y van a ver un espejo.

El comenzó su viaje desde un punto de partida hostil y cerrado. Sin más equipaje que su pensamiento, su poder de análisis, su capacidad para observar la vida con detenimiento y la experiencia personal, familiar con todo su muestrario de amarguras, privaciones y parálisis.

Linares, un ingeniero eléctrico que tiene ahora 47 años, fundó en 1994, el 10 de diciembre, el Movimiento Reflexión, frente a la estatua de Leoncio Vidal, en un parque de su pueblo, Camajuaní, en lo se llamaba antes las inquietas Villas.

Está en la cárcel desde abril del 2003 porque ese es el destino natural de los cubanos como Linares. Está enfermo, ha perdido la visión de un ojo y padece de otras dolencias que ya son naturales también en los calabozos que la dictadura reserva para quienes, con serenidad y valor, escriben y dicen en la isla lo que las acicaladas momias del Partido Comunista se niegan a leer y a escuchar.

Linares y su grupo, desde el centro de Cuba, se convirtieron en un soporte clave de los presos políticos y sus familias. En otro plano de la realidad, pusieron en marcha una corriente de ideas que muy pronto llegó de oriente a occidente mediante charlas, boletines, cartas, concursos literarios y encuentros para reflexionar y debatir el presente y el futuro del país.

El Movimiento hizo de Camajuaní un centro de interés para escritores y artistas que se querían apartar del retorcido carril del Ministerio de Cultura. Recuerdo ahora a casi un centenar de hombres y mujeres reunidos en la casa del viejo luchador Manolo Sarduy, en una ceremonia vigilada de cerca por la policía, para entregar los premios del certamen Espuela de Plata del año 2000 y para homenajear al poeta Heberto Padilla, que había muerto unos días antes en Alabama.

Librado Linares lo organizó todo y no llegó a tiempo para compartir con los ganadores que comenzaron a entrar a Camajuaní en trenes, camiones y tractores desde Pinar del Río y Santiago después de tres o cuatro jornadas de hambre y agonía. No llegó a tiempo porque a las seis de la mañana de ese día la policía política lo arrestó en su casa y lo sacó a toda velocidad de la provincia.

Así pasó los últimos años del siglo pasado y los primeros del siglo XXI. En una situación de pobreza, sin quejarse, sin dejar de trabajar un día a favor de la libertad, de cambios urgentes y profundos y bajo el control de los militares que comprendieron pronto que el Movimiento Reflexión era una dinamo en el medio de la república.

Por eso está preso. Eso es lo que hace el gobierno con los verdaderos intelectuales. Los que vienen desde lo hondo del país con todas las verdades por delante y el valor para decirlas y evaluarlas, mientras paga con los dineros de los cubanos y llena de medallones de latón a un selecto grupo de amanuenses nacionales y extranjeros que el mismo Heberto Padilla calificó alguna vez como una cuadrilla de monas tristes.

Librado, un intelectual, un pensador, un hombre que salió a la calle a empeñar la estabilidad de su familia y el mínimo ámbito privado que deja el totalitarismo, tiene que ir a la cárcel en una nación donde la palabra libertad produce insomnio y miedo a quienes la secuestraron hace ya medio siglo.

Creo que Librado Linares llegará muy pronto a su pueblo, como llegó a la casa de Manolo Sarduy en el año 2000 en Camajuaní. Recién salido de la cárcel, cuando estaba a punto de hacerse de noche. Llegará para decir como dijo esa tarde: «Aquí no hay miedo. Pido otro minuto de silencio por Heberto Padilla. Vamos a empezar otra vez.´´

Autor: Raúl Rivero (publicado en Nuevo Herald, el 3 de junio de 2007)