No hay olvido para Miguel
El tiempo, ese animal silencioso y sin cara, se presenta dividido en años para que el hombre crea que puede fragmentarlo. Así, cuando llega diciembre con su invierno porfiado, uno se ve obligado a hacer un balance de los últimos 355 días. Para el presidio político, para los demócratas cubanos, 2007 ha quedado en la historia con el signo fatal de ser el año de la muerte de Miguel Valdés Tamayo.
En enero, en los primeros días de enero, la noticia de su fallecimiento en La Habana, donde nació en 1956, recorrió el mundo y puso los ojos de la gente que quiere la libertad para Cuba, de los hombres y mujeres sensibles y alertas del universo, en las cárceles y en la realidad de la Isla.
Allí, en esas galerías infectadas y oscuras, sobreviven casi 300 compañeros de viaje de Valdés Tamayo, ciudadanos de todos los sectores de la sociedad —médicos, bibliotecarios, periodistas, albañiles, electricistas, poeta y albañiles—, que fueron a sufrir en esos abismos porque trabajaron —como él— por cambiar el guión que escribieron los pícaros para permanecer en el poder.
Miguel Valdés Tamayo era el líder de una organización de derechos humanos, Hermanos Fraternales por la Dignidad, y en la primavera de 2003, junto a otros 74 cubanos, fue a parar directamente a la cárcel.
Sus 15 años de condena debía cumplirlos en la prisión Kilo 8, de Camagüey. En aquellos primeros meses de encierro comenzó el lento proceso de privaciones y sufrimientos que lo llevó a la muerte, porque su corazón cansado y enfermo se paralizó una mañana.
Dolor y gratitud
Reviso una carta de esa época. Valdés Tamayo le cuenta a su esposa, Elisa Collazo, algunos aspectos de su vida en el centro penitenciario: «La comida sigue siendo poca, malísima y apestosa. El servicio médico es pésimo, existe una gran proliferación de ratas, mosquitos, cucarachas e insectos de todo tipo dentro de los dormitorios».
El preso narra con amargura el día a día de los reclusos comunes y las golpizas que les propinan los guardias. «Luis Machado Mesa, alias ´Manteca´, y Wilson Ariel Tejada Gómez se inyectaron el SIDA. Aún se desconoce quién les suministró el virus. En el 2003, ´Manteca´ se inyectó sosa cáustica en los ojos y perdió la vista de un ojo y quedó con dificultades visuales del otro. Tanto ´Manteca´ como Wilson, en ocasiones anteriores se autoagredieron inyectándose petróleo en las piernas y se han cortado las arterias en varias veces».
Esto es lo que cuenta a su mujer en otra carta: «Los medicamentos que me enviaste no me los han entregado. No me toman la presión arterial. Vivimos ocho reos en un cubículo de seis metros por tres de ancho, junto a un baño y un lavadero. Sólo he recibido asistencia religiosa una vez. Engañan al padre de la iglesia de Cristo diciéndole que nosotros no queremos la asistencia y a nosotros nos dicen que el padre no nos quiere asistir. Existe un solo teléfono para 600 reclusos».
Su camino —dice— es recto y terminará sólo con la libertad de su país. Los dolores, la falta de atención médica y la dura experiencia carcelaria hicieron que el camino se cerrara antes de ese momento.
Esa realidad y el acoso a que se le sometió después de enviarlo a su casa del reparto Párraga, con una licencia extrapenal por temor a que falleciera en un calabozo, marcaron la fecha de muerte de Valdés Tamayo, que esperó en vano el permiso de salida para exiliarse en Estados Unidos u Holanda y someterse a un adecuado tratamiento médico.
Soren Triff, el lúcido periodista y escritor cubano, dijo hace poco que la muerte de Valdés Tamayo, el primer mártir del grupo de los 75, podía verse como un caso de ejecución extrajudicial.
En Cuba se le recuerda con dolor y gratitud. Y en el balance del año 2007, su vida y su muerte deben poner otra vez en la memoria de todos a quienes permanecen allá adentro, en esos sitios que Miguel describió sin anestesia, con mucho dolor y un pedazo de lápiz.
Autor: Raúl Rivero (publicado en Cubaencuentro)