Cincuenta y cinco prisioneros de conciencia de los 75 seres humanos secuestrados por el Gobierno de Cuba en marzo de 2003 continúan sometidos a tortura física y psicológica en las cárceles, por el único delito de expresar sus criterios sobre las obstinadas medidas que han llevado a la crisis económica, social y política que padece el pueblo. Su crimen fue perder el miedo para honesta y pacíficamente procurar el bienestar de su patria.

Los cambios prometidos continúan preparándose, según ha expresado el nuevo presidente, continuador del Gobierno instaurado el 1 de enero de 1959 -hace «sólo» 49 años-. Pero mientras tanto, las autoridades de La Habana, maestras en el arte de las promesas incumplidas, logran nuevamente adormecer con su sagaz conversación a quienes perdieron la paciencia porque no cedían a sanciones acordes con la gran represión de los días 18, 19 y 20 de marzo de 2003 y los juicios sumarios con penas de hasta 28 años de cárcel.

Los tres fusilados

Olvidados están los tres jóvenes negros fusilados a comienzos de abril de 2003 por un intento de secuestro de un barco, sin que ocasionaran heridos ni muertos, y víctimas de la inculcación desde la cuna de que la única solución a los problemas de los cubanos es la aceptación total o la salida del país por cualquier medio, aun a riesgo de perder la vida.

Parece que con el exilio de cuatro enfermos integrantes de los 75 que han ido a España, se ha limpiado la cara del totalitarismo. Los relatores temáticos del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas también aceptan visitar las cárceles-vitrinas y conversar con algún reo común que en realidad es un agente sacado de la Sección 21 de la Contrainteligencia.

Indudablemente, duele ser moneda de cambio. Pero la dignidad no se mancilla fácilmente. En Cuba no se practica tortura física visible, pero la mala asistencia médica, los tratamientos no realizados, las terribles condiciones higiénicas, la mala alimentación, las tensiones de los presos comunes de alta peligrosidad y los hoscos guardianes minan la salud. La tortura psicológica se profundiza por la condena de todos los familiares, especialmente de los absolutamente inocentes ancianos y niños.

Nada de eso parece ser importante. La persona humana no tiene nada que ver con ellos. Sin embargo, ellos sí son hombres concretos, no conceptos en elocuentes discursos y escritos. Claro, ¡son simplemente cubanos!

Muchas personas en el archipiélago caimán y en el extranjero tenían esperanzas de que los dignatarios lograran las excarcelaciones. Pero se han leído comentarios de sus ilustrísimas, dichos con la mayor tranquilidad de espíritu, de que el Gobierno de Cuba no las haría. Incluso el comisario Louis Michel se ha comprometido en un comunicado conjunto a eliminar definitivamente las sanciones de la Unión Europea de 2003 porque no dieron resultados. Bien aconsejado parece estar por el encargado de Negocios de la UE en La Habana, que no se ha reunido con representantes de la oposición, y ninguno de los dos conversó siquiera con los premios Andrei Sajarov a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo, Oswaldo Payá y las Damas de Blanco.

Asombro y decepción causan esos compromisos. ¿Es posible que las 27 naciones de la Unión Europea se dobleguen ante «la superpotencia moral, militar y económica» llamada Cuba? El diálogo y las negociaciones son instrumentos válidos en pie de igualdad y, sobre todo, respeto a los seres humanos cuyos derechos son conculcados, pero se mantienen sólidos en sus principios.

Indudablemente, el presente y el futuro de Cuba dependen de los cubanos. Pero de todos los cubanos, sin condicionamientos y con ejercicio de nuestros derechos. ¿Cuántas alusiones a la seguridad nacional harán las autoridades cubanas para no cumplir los pactos internacionales pomposamente firmados en las Naciones Unidas, si los ratifican? Hechos, no palabras se requieren.
Autor: Miriam Leiva (publicado en ABC)