La revolución cubana concedió y desea hacer cumplir a sus opositores el sano y obligatorio derecho de no hablar. Como si fuera poca tan saludable medida, ahora se pretende dejarlos sin comer.

Y esto es por su bien, para que no lleguen roncos a los calabozos de los recintos policiales o sufran en la cárcel de una indigestión.

La Ley 88 (o Ley Mordaza para los de a pie), aprobada para taponar la emisión de opiniones distintas a las que ruborizan de placer a las autoridades del país, amenaza adquirir nuevas funciones en nuestro Código Penal.

A propuestas del diputado Lázaro Barredo, los parlamentarios cubanos decidirán si quienes reciben dinero del enemigo deben ir a prisión.

El posible apretón del amordazamiento será en el mes de julio, fecha de tantas tradiciones revolucionarias como las Parrandas de Bejucal.

Y no porque con esa calderilla puedan hacer quebrar los abarrotados mercados del país, u obtengan una de las miles de confortables viviendas donde el cubano común suele descansar. Más allá de sellar cualquier entrante o saliente del enemigo, la propuesta persigue sanear la economía de los norteamericanos.

Para ello, los diputados con hijos en el exterior, y sobre todo, con vástagos rodeados por la mafia de Miami, perseguidos por un bistec, y que hacen ahorros para enviar una remesa de dinero limpio a sus familiares en Cuba, han trazado un salvador plan.

Primero, impedir que mientras cuatro opositores “invisibles” derrochan 20 dólares en el país, miles de norteños se acuesten sin comer frente a las chabolas de Coral Gables, o en la trastienda de una trapichoping en Miami Beach.

Segundo, reinvertir ese dinero sucio en obras sociales como abrir un comedor comunitario en Hialeah, o establecer la libreta de racionamiento en Kendal

Sin duda alguna, el diputado que hizo la propuesta de desviar el dinero hacia una causa justa, cuenta con el apoyo de su hijo y la colaboración de Max Lesnik, entre otros compatriotas no contaminados por el afán de consumo imperial.

Ante una muestra de entrega de tal magnitud, resulta innegable el caudal democrático y humanitario de la revolución.

Las reservas de amor de quienes sueñan salvar de su propia opinión o un pedazo de pan a las ovejas descarriadas de un proyecto tan necio, son incalculables. Pero si las estupideces de algunos parlamentarios caben en una hoja de papel, de seguro todas las mordazas del mundo no las podrán silenciar.

Autor: Víctor Manuel Domínguez (publicado en Cubanet)