En la última de sus peroratas escritas, el ex dictador en funciones Fidel Castro acusa de «falta despreciable de ética» a todos los cubanos que hemos abandonado el manicomio en que él y especialmente él, ha convertido a nuestra hermosa Isla. En su diatriba se lamentó del «robo descarado de cerebros y de brazos productivos», añadiendo, que el régimen «está en el deber de combatir firmemente».

Es evidente que en el modo de pensar retorcido y enfermizo del tirano jubilado no existe un ápice de sentido común y muchísimo menos de arrepentimiento. Antes de ir a rendir cuentas ante el Altísimo debería saber que si quiere contar con el aporte económico de la mayor cantidad posible de cubanos lo primero que hay que hacer es crear un ambiente de libertades básicas. Debería comenzar por respetar las libertades enunciadas en todos los tratados internacionales en materia de Derechos Humanos firmados más nunca respetados por el régimen que él ha encabezado desde hace casi medio siglo y sigue controlando desde su poltrona hospitalaria.

Lo primero que debía preguntarse el decano de los dictadores es cuáles son los motivos que han impulsado a tres generaciones de cubanos a abandonar la tierra que los vio nacer, sus seres queridos, sus amistades, en fin esa conjunción de naturaleza, entorno y subjetividades que nos acompaña y marca para siempre.

Si Fidel Castro tuviera un ápice de bonhomía en su naturaleza debería preguntarse por qué extraña razón desde que él tomó el poder en 1959 Cuba dejó de ser el país receptor de inmigrantes que era para convertirse en un lugar del cual han partido más de dos millones de emigrantes por las vías más disímiles.

Más de un millón de españoles se radicaron en Cuba en el período republicano (1902-1958). Al promediar 1958 había quince mil solicitudes de radicación de italianos en la embajada cubana en Roma según C. A. Montaner. También llegó a conformarse una colectividad judía de alrededor de 30.000 personas que abandonaron el país casi en su totalidad al radicalizarse el sistema. Otro tanto sucedió con la colectividad china, muy floreciente hasta los años cincuenta; hoy en vías de extinción (en 2003 quedaban 143 nativos).

La contraparte de ese enriquecimiento poblacional indicador infalible de la prosperidad de la Isla son los millones de cubanos que han huido del paraíso castrista en aviones, barcos, balsas de todo tipo, asilándose en embajadas o protagonizando angustiosas deserciones de delegaciones de todo tipo en el extranjero e incluso muriendo congelados en el tren de aterrizaje de los aviones.

El problema de la emigración cubana es complejo y dramático. Por un lado implica por lo menos a un 20 % de la población que reside allende nuestras fronteras con el consiguiente desgarramiento de sus familiares que permanecen en la Isla. Se estima que hay más de tres millones de solicitudes de visas para viajar a Estados Unidos y se ignora la cantidad de personas que se lanzan al mar diariamente intentando cambiar su vida.

Por otro lado podemos encontrar cubanos desde la gélida Siberia al tórrido continente africano, desde la inmensa Australia o la misteriosa Asia, hasta los desiertos del Oriente Medio, incluyendo los destinos más demandados como la Comunidad Económica Europea, América Anglosajona y Latinoamérica. En total cerca de setenta países se han convertido en nuestras patrias adoptivas; un verdadero record, nuestra diáspora bien puede competir con la judía.

Esta disimilitud de destinos demuestra palmariamente que los cubanos hemos preferido empezar desde cero pero en un ambiente de Libertad, aclimatarnos a otras latitudes, asimilar las culturas más ajenas a nuestra idiosincrasia a seguir viviendo bajo una tiranía oprobiosa que no respeta un solo derecho individual, a seguir viviendo en un ambiente asfixiante de delación, criminalización de las actividades económica más elementales, a ser sólo un número, un ente sujeto a los dictat y caprichos de un Tirano y sus secuaces, sin poder pergeñar un solo acto de nuestra vida ajeno a la intromisión del Estado.

Cualquier persona sensata sabe que la emigración es un elemental método de sufragio que refrenda o no el ejercicio del gobierno de cualquier país. Es una especie de referéndum permanente que nos muestra la eficacia de cualquier sistema político en cuanto a conformar la expectativas de los seres humanos. Así con solo mirar desde dónde parten y hacia dónde van o pretenden ir los flujos de personas, podemos formarnos una idea clara de lo que debe ser una manera razonable de gobernar.

A falta de otros métodos los cubanos votamos con los pies.

Más allá de elocuencia de las abrumadoras estadísticas, el problema de la emigración cubana se funda justamente en la extraviada condición humana de un dictador indiferente a los sufrimientos y miserias que él le ha ocasionado a todo un pueblo a lo largo de medio siglo y que, como si fuera poco, tiene la desfachatez y la sevicia de cuestionar moralmente a todos aquellos que, a costa de pérdidas irreparables, han dejado de ser sus esclavos.

Hasta ahora nos hemos referido a los intentos exitosos de emigración. Peor suerte les ha tocado llevar a todos aquellos que por la posesión de un título universitario o el desempeño de algún empleo en un área considerada «sensible» por la dictadura se convierten automáticamente junto a sus familias en rehenes del régimen, como es el caso más notorio de la neurocirujana Hilda Molina, uno más entre los miles que han compartido idéntica suerte y no han gozado de su notoriedad. Acá entramos en el sector de la población que más considera como un bien propio el sátrapa: se trata de los médicos y otros profesionales, éstos deben estar siempre dispuestos a partir hacia las regiones más inhóspitas del planeta, regiones generalmente bajo la égida de algún tiranuelo dispuesto a pagar en divisas cantantes y sonantes la ayuda «desinteresada» contratada a la dictadura cubana a precios internacionales. De esta suma el especialista sólo recibe migajas. Aún así y a pesar de la inconveniencia del lugar de destino estas «misiones internacionalistas» también son fuente abundante deserciones y sus consiguientes represalias contra la familia del implicado.

Aparte del drama terrible de las familias divididas, muchas veces para siempre, la peor tragedia es la de decenas o cientos de miles de desaparecidos en el mar o los asesinados por la guardia costera cubana y las tropas guardafronteras. Entre los crímenes más resonantes están la masacre de la desembocadura del río Canimar (6 de Julio 1980), en la provincia de Matanzas, cuando fue hundida por lanchas de la marina de guerra cubana la embarcación de recreo «XX Aniversario» donde murieron alrededor de 60 personas, entre ellos muchas mujeres y niños. Otro acto de barbarie similar fue el hundimiento del remolcador 13 de Marzo con 72 personas a bordo el 13 de Julio 1994, frente a las costas de la Habana. En esta tragedia fallecieron 41 personas de ellas 10 niños.

El costo final en vidas humanas de la dictadura castrista tal vez nunca se conozca, especialmente los fallecidos en el mar pues es un largo y silencioso goteo en el cual de cada diez intentos sólo tres llegan a destino o son rescatados en alta mar y devueltos a Cuba, donde el gerontosaurio moralista en jefe ya no reclama sus manos para trabajar sino que por supuesto los encarcela.

En cuanto a la ausencia de ética quien jamás la ha tenido es Fidel Castro quien desde sus años mozos fue un hampón del submundo de la Habana y luego desde el Estado se convirtió en un criminal de lesa humanidad que tendrá que enfrentar más temprano que tarde la justicia en presencia o en ausencia y desde luego el juicio de la Historia que, ante la evidencia de los cientos de miles de crímenes de los cuales es responsable directo, sin lugar a dudas, no lo absolverá.

Autor: Celso Sarduy Agüero (publicado en LiberPress)