A pesar de la propaganda triunfalista, es evidente que la sociedad cubana está al borde de un estallido social, que podría desembocar en un éxodo masivo. Las secuelas del paso de los huracanes se han sumado al descontento que ya existía entre la población, debido al camino tomado por el gobierno de Raúl Castro, que en sus inicios prometió cambios estructurales y algunas aperturas en materia de libertades cívicas. Las medidas aplicadas por el régimen para paliar la crisis actual, también han contribuido a darle más vueltas al garrote que estrangula a los cubanos.

Los que defienden la tesis de un éxodo masivo se basan en que miles de ciudadanos están parados sobre los restos de sus viviendas, sin perspectivas de resolver su situación y con los materiales a mano para construir las balsas de la fuga.

El Estado hace hincapié en la recuperación del sistema eléctrico, en la venta de materiales para techos que ya han demostrado su fragilidad ante los huracanes, y en la reconstrucción de algunos inmuebles. Pero el gobierno no es mago para lograr lo que no ha alcanzado en 50 años. Incluso la prensa ha reconocido que el mayor impulso para restañar los daños ha corrido a cargo de la iniciativa privada y no del Estado.

Los cubanos esperaban cambios luego de la salida de Fidel Castro del poder; pero en la práctica las esperanzas se han disipado y la ortodoxia se ha impuesto. Las autoridades han dictado una serie de medidas que castigan fundamentalmente al sector más afectado: los campesinos privados. Decenas de camiones con mercancías destinadas a las capitales de provincias, fueron decomisados por las autoridades, y los productos han reaparecido en dudosas circunstancias. Esto ocurrió con un cargamento de miel de abeja que fue incautado y puesto a la venta en el barrio Nuevo Vedado, un área poco afectada por los ciclones donde viven muchos funcionarios del gobierno.

La olla amenaza con explotar y las autoridades no atinan a liberar la presión. Las expresiones de descontento se hacen más frecuentes a través de gritos y apariciones de carteles en las calles.

La corrupción, el robo y los favoritismos están a la orden del día. La situación ha llegado al extremo de que si la policía sorprende a alguien en el camino de regreso de una tienda recaudadora de divisas con una caja de cerveza, un saco de detergente, o más de cinco botellas de aceite u otro producto, la persona podría ser encausada por el delito de acaparamiento. Algo absurdo, debido a que mientras más liquidez posea el país más fondos habrá para adquirir recursos con que reparar los daños, tanto en el sector privado como en el estatal.

Se compara la situación actual con una operación denominada Pitirre en el Alambre, que en los años 80 destruyó la infraestructura de los mercados libres campesinos, acción represiva que se reconoció después como un error garrafal del régimen.

Llama la atención que, entre sombras, Fidel Castro llama en sus reflexiones a la unidad del Partido Comunista y, si este señor convoca a la cohesión, es porque hay grietas profundas en el sistema. El reto que tiene por delante Raúl Castro no es de amigos. Será difícil reconstruir lo que han despedazado durante medio siglo, y mantener al mismo tiempo la imagen de una realidad que no existe.

Autor: Leonel Alberto Pérez Belette (publicado en Cubanet)