Ariel Sigler Amaya fue condenado a 20 años de prisión durante la Primavera Negra.

«¿Qué sentiste cuando te amenazaron con darte un tiro en la cabeza?», le pregunte a Ariel Sigler Amaya una mañana de diciembre del año 2003. «Sentí sueño», me dijo. «Se me aliviaron los dolores que tenía por la golpiza que me habían dado y pensé que me iba del aire sin volver a ver mi madre y sin conocer la libertad».

Después se río y puso la conversación en un plano más distendido con unos comentarios que querían disolver cualquier dramatismo: «También pensé que más nunca iba a ver a mis hermanos, ni un programa de boxeo, ni los paisajes de Matanzas. Me acordé de todo lo que me gusta, pero de todo, compadre, de todo».

Estábamos en el cepo de las celdas de castigo de la cárcel de Canaleta. Podíamos hablar aunque no nos veíamos. Y en esa hora que pasábamos un poco más lejos de los guardias, los temas iban, como diría Emilio Ballagas, del azafrán al lirio.

Ocho meses atrás, el 18 de marzo a las nueve de la mañana, en plena calle, en su pueblo natal Pedro Betancourt, una patrulla lo arrestó con un aparatoso despliegue de violencia. Lo golpearon y lo arrastraron hasta un carro patrullero y, como él seguía resistiendo, uno de los agentes lo amenazó con una pistola.

Ariel Sigler Amaya, alto y corpulento, tiene ahora 46 años, había sido un boxeador (peso completo) destacado en su provincia, pero es un hombre pacífico y cordial que tiene otra gran afición: la pintura.

Es uno de los 75 cubanos llevados a la cárcel durante la Primavera Negra. Fue condenado a 20 años. En noviembre de 1996, junto a otro prisionero de conciencia, Ángel Moya Acosta, fundó el Movimiento Independiente Opción Alternativa. A lo largo de sus años como líder de esa organización fue arrestado unas 40 veces. En el 2000 estuvo ocho meses en prisión sin que se le celebrara juicio.

Ariel pertenece a una familia que, durante muchos años, ha trabajado por los derechos humanos frente a la dictadura. En estos momentos está también en prisión su hermano Guido. Miguel salió hace unos meses al exilio, después de cumplir también una condena en Cuba. Gloria Amaya, la madre de los Sigler, tiene 78 años y es la figura emblemática de las Damas de Blanco, la asociación femenina que agrupa a los familiares de los prisioneros de la Primavera Negra.

El caso es que Ariel Sigler Amaya, que en marzo cumplirá seis años de cárcel, vuelve a tener ahora otra pistola en la cabeza. No es un pedazo de metal oscuro y peligroso por la disposición de sus estrías y el calibre de sus balas. Es un arma sutil, oculta en un sistema de maltratos y abandonos.

El activista de derechos humanos está en estado crítico en la sala de penados de un hospital de la provincia de Cienfuegos, en el centro sur de Cuba. Su esposa, Noelia Pedraza Jiménez, denuncia desde allá que Ariel debe desplazarse en una silla de ruedas porque padece de una polineuropatía.

Los médicos del Ministerio del Interior le han anunciado que sufre también de mala absorción intestinal, cálculos en la vesícula y en el riñón izquierdo, y gastritis crónica.

La señora Pedraza teme por la vida de su marido y ha dicho al periodismo independiente: «Cuando fue encarcelado era un hombre completamente saludable; por eso responsabilizo a la Seguridad del Estado de su precario estado de salud».

Ariel Sigler Amaya es un hombre de recursos. Tiene imaginación y fuerza interior. Aquella vez él se quitó sólo el cañón de la cabeza. Ahora está preso y enfermo.

Necesita la solidaridad del exilio cubano para salir de este otro trance. Para que pronto, libre y saludable, le pueda contar a un amigo lo que sintió en el umbral de la capitanía de la muerte.

Autor: Raúl Rivero