Cuba Matinal
Acabo de llegar del policlínico con una tremenda sensación de desamparo. Esperaba ver a la optometrista, y digo esperaba porque me fui sin verla. En la misma consulta había un oftalmólogo, pero el pobre médico, cada vez que abría la puerta se enfrentaba a una multitud histérica, con espejuelos oscuros en su mayoría, que reclamaba a gritos ser atendida. Aquel doctor hacía lo imposible por ser escuchado, y dando un paso hacia atrás, pedía calma al público. “¿Que pasará?”, me pregunté. Al acercarme, noté los signos inconfundibles de la conjuntivitis, y comprendí rápidamente que allí no tenía nada que hacer.

Sentí lastima de ellos, de mí. Aquel salón de espera no tenía el mínimo de condiciones. Estaba en semipenumbra, para cumplir con el plan de ahorro energético, según me dijo un empleado. Los asientos son escasos, la mayoría espera de pie, si se desocupa una silla y eres ágil, logras sentarte. Desespero, gritos, llanto de niños. Busqué el letrero que indica silencio y no lo encontré. Y no hablemos de los fumadores. Tampoco encontré el letrero de “No fumar”. En su lugar había una flecha que señalaba el refugio en caso de agresión.

Camino a casa, me preguntaba las posibles causas de tantas enfermedades, cuando vi junto a una ceiba una gallina muerta, unas frutas podridas, muchas moscas y un guasasero terrible. El contenedor rebosante de basura y a su alrededor gran cantidad de desperdicios y escombros. En la otra esquina, la alcantarilla tupida, cubierta de un charco con moho verde y el consiguiente mal olor. Conjuntivitis, dengue, diarrea.

Así estamos, porque la escena se repite en muchas otras esquinas de mi barrio y de la ciudad. Y qué decir de los famosos virus, diagnosticados con tanta frecuencia.
Me pregunto por qué las autoridades sanitarias no toman medidas efectivas para mantener limpia la ciudad. Desde hace muchos anos no se ve la lluvia desaparecer por las rejillas del alcantarillado, ni aquellos camiones que con dos grandes escobas circulares barrían las calles, mientras rociaban agua para apaciguar el polvo.

Pero volviendo al tema de la conjuntivitis, me contaba un amigo que después de recorrer varias postas medicas, tuvo que dirigirse al cuerpo de guardia de la Dependiente con los ojos rojos, inflamados. La doctora que lo atendió le recetó benadrilina antihistamínica y compresas de agua fría. Al preguntarle sobre el tratamiento, le respondió: “La doctora soy yo” y se molestó mucho, a lo que mi amigo replicó: “Y yo soy el paciente.”

En una revista Cuba del ano 1969, se dice que en el país no existían los policlínicos antes de 1959. En efecto, no se utilizaba ese nombre para designar ninguna de las múltiples instalaciones de salud de aquella época. Existían las casas de socorro, que daban atención médica gratuita, incluyendo visitas a domicilio.

En Cienfuegos, teníamos la Cruz Roja, con sus consultas generales y especializadas para niños y adultos, laboratorios, rayos X, dentista. Al terminar el curso escolar, nos ponían las mejores galas, nos hacían el recordatorio de como comportarnos, y salíamos para la clínica.

No entiendo por qué muchas postas médicas han dejado de funcionar por falta de profesionales. Mucho menos se entiende que los hayan cerrado para enviar a nuestros galenos a otros países.

Hace algunos días, una anciana que apenas podía caminar buscaba un médico de la familia para tomarse la presión. Me pregunto por qué hipertensos, diabéticos, ancianos, y personas con otras dolencias, tenemos que hacer lo mismo que esta señora para finalmente ser atendidos por estudiantes de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), o terminar en un consultorio tipo 2, donde una enfermera graduada “casi hace las veces de un médico”, como dicen ellas. Esta maravilla solamente es posible en nuestro país, gracias a que somos una potencia médica.

Enlaces: Solidaridad Española con Cuba

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Autor: Gladys Linares-Cuba Matinal