Misceláneas de Cuba
No voy a contar aquí lo que todo el mundo sabe, incluso mejor que yo, pues sólo lo viví desde la ventana de mi casa. Sin embargo, no lejos de la mía, sobre la otra ventana y junto a las piedras, llovían las ofensas, las bajas amenazas.

Quienes fueron amigos la noche anterior, al otro día llegaban prestos a herir, a exterminar un pecado: mi vecino había decidido abandonar el país. Al parecer en un entorno que para sentirse pleno necesitaba un total reconocimiento, semejante abandono era un crimen, se consumaba una traición, se elegía otro camino. No sé si entonces se sabía lo que se estaba haciendo. No sé cuánta conciencia hubo en todo aquello. Mis amigos y yo cantábamos “pin pon fuera, abajo la gusanera”, como si fuera una canción infantil.

La gente no fue sólo por mero instinto. Hubo allí quien arengó. Se marchó organizado, se odió organizado y hoy, de cuando en cuando, veo- casi siempre en deplorable condición y con los ánimos de antaño perdidos- a los que, entonces dirigentes, encabezaron aquella triste cruzada.

Ahora la ventana ha cambiado y es la mía, pero el odio es el mismo al que asistí en aquellos días de mi infancia. Una mañana del último diciembre me despertó mi madre para contarme que en plena calle de La Habana fue, no sólo amenazada, sino atacada por lo que usted llama el pueblo enardecido, pero yo me veo forzado a llamar horda grotesca, ya que pueblo es otra cosa.

De paso, fue insultada en su condición de mujer casada cosa que, está de más decir, no viene a propósito con el motivo que la llevaba a marchar por las calles, ni a ustedes a impedírselo (Y que además bien vale una acusación por difamación y calumnia) también se le acusó de mercenaria, primero en la calle y después en el noticiero estelar de la televisión.

Mi madre no estaba sola. A su lado caminaban varias mujeres clamando por la liberación de sus esposos y sus hijos encarcelados en marzo del 2003 en la conocida Causa de los 75. Que yo sepa, de entonces a la fecha, estas mujeres no han ofendido ni atacado a nadie con su reclamo. No le hablo, presidente, de la justicia de ellas, ni de la de usted ni de la mía. Se trata de una razón anterior y más simple.

Tiene que ver con la manera de defender un criterio y hacerlo valer no importa cuán poderoso, cruel o miserable sea el enemigo. Se trata de la decencia y el respeto -que no debilidad- para defender lo que se quiere. Ninguna causa es buena cuando se defiende con vulgaridad y bajeza. Es culpable el que ofende la libertad en la persona sagrada de nuestros adversarios, más si los ofende en nombre de la libertad. Esto dijo Martí, alguien que entregó más que cualquier otro cubano por la causa de Cuba. Yo agregaría: quien lo permite o estimula es también culpable.

Lo peor de todo es que muchos de los “héroes” protagonistas del triste espectáculo eran hombres. De hecho quien empujó a mi madre, quien posiblemente le destrozó los espejuelos, quien le arrancó la bandera de las manos y después la tiró al piso para pisotearla fue un hombre. Y en este punto permítame expresarle mis dudas al respecto porque un acto como este basta para descalificar al más viril de los caballeros. Para decirlo claramente es un acto de cobardía.

Creo que para ser revolucionario o reaccionario, religioso o ateo, primero se ha de ser humano, hombre respetuoso. Capaz de contener la ira y la grosería por más que la sufra. Semejantes groserías no ofenden en nada a quien las recibe; desacreditan a quien las profiere.

Estas personas mal educadas decían ser partidarias de la revolución, decían defenderla. Curiosamente una revolución que ha predicado el amor ha terminado permitiendo el odio. Lo permitió hace 30 años cuando yo era un niño y veía, desde mi ventana, las piedras caer sobre mi vecino. Mi vecino lapidado como en los tiempos de la barbarie.

De mi vecino no he sabido más, según dicen nunca regresó, pero otros que padecieron agresiones semejantes hoy son recibidos con sumo respeto y hasta se les sienta a la mesa para conversar. Yo sé que antes de transcurrir otros 30 años todos los cubanos y cubanas que hoy son apedreados podrán sentarse a la misma mesa y contribuir a ella en la misma medida que de ella necesitan. Todavía recuerdo los editoriales de entonces, para ellos no hay regreso, decían.

Por suerte regresaron. Quien esto le escribe no se ha ido de Cuba y en ella no se esconde ni lo hará, y siente una profunda tristeza al ver como el gobierno se hace eco de tales actos presentándolos en la tv de la manera que cree que le conviene. Yo le pido que permita una réplica abierta y libre. Yo le pido que publique esta carta en el mismo periódico que denigró a mi madre y a sus compañeras.

Me pregunto, qué revolución puede acusar a personas de hechos gravísimos, bien tipificados como delitos y en lugar de recurrir a las leyes -severas por cierto- que tiene para castigarlos, o lo que es lo mismo aplicar la forma racional y civilizada, permite y respalda por televisión un ataque callejero, la forma irracional y primitiva. Aplicar las leyes y cumplirlas todos, comenzando por el Estado, quien no le responde a mi padre una solicitud legal, a pesar de que la Constitución lo obliga a ello. Mi padre lleva esperando años la respuesta que el Estado le debe por ley.

Escribiendo esta carta me enteré de otros ataques y encarcelamientos a personas por sólo expresar un criterio. Pero hay algo peor y muy grave: en estos momentos un hombre lleva casi dos meses privándose voluntariamente de ingerir alimento. Lo ignoro todo sobre el caso, pero sé que en el momento que escribo y usted espera sin saberlo mi carta, él debe estar acercándose peligrosamente a su fin. Cuba no puede permitirlo.

Si vamos a prohibir algo prohibamos que un hombre se nos muera de hambre, y hagámoslo con la única manera humana: la súplica. Si no es cuerdo o decente, menos lo será frente al maltrato o la indiferencia. Por favor, Raúl, escuchemos qué nos tiene que decir este hombre.

Veo en una huelga de hambre, además de un acto de valor, el reconocimiento de una frustración extrema, algo anda mal entre nosotros. Orlando Zapata Tamayo es su nombre y según creo se encuentra cautivo en una prisión de Camagüey. Me costó trabajo terminar de escuchar a su madre, el llanto casi no la dejaba hablar.

¿Se ha preguntado usted el daño que le causa a la revolución todos esos actos de odio? Bajo él ha padecido, más que seres humanos, el espíritu de una colectividad, la esperanza de una nación. Por ese mismo odio sufrió cárcel un poeta al escribir “Fuera de juego”, un libro que hoy nos da lástima de tan inofensivo.

Por igual motivo fue , atormentado Virgilio Piñera, así mismo se dejo morir de hambre a Pedro Luis Boitel en una celda de castigo, así se trasladaron a la fuerza a familias enteras para vivir en lugares extraños, así se le obligaba a confesar a los religiosos, mediante una planilla, la condición de su creencia en las escuelas cubanas y por eso mismo decenas de seres humanos, incluyendo mujeres y niños perecieron en la bahía de la habana a bordo de un remolcador, es cierto que en la historia de Cuba hay siglas penosas como el BRAC y el SIM pero también la historia de Cuba tendrá que cargar con las siglas de la UMAP igualmente penosas.

Ante esa realidad de qué vale propinar una paliza o encarcelar o desacreditar a quien lo diga. Si hoy se pide perdón por estos abusos, si se reconocen con humildad y valentía, es decir con grandeza, se estará defendiendo nuestra cubanía. Le propongo dejar por escrito un ofrecimiento público de disculpas a quienes se les deba, si se les debe. Creo que todos debiéramos firmarlo, desde ambas partes y de todos los lugares.

Sr presidente, ¿Ha pensado usted en este país como un inmenso teatro donde casi todos se entregan al fingimiento, donde todos se ven compelidos a decir “sí” ante un poder cuyas necesidades de consenso y unanimidad además de ridículas, por lo imposible, son patológicas e innecesarias?

Pruebe usted un día lo contrario. Dese el lujo de ser impugnado. Acéptelo. No se pierda el privilegio de saber qué piensa en realidad, en lo más íntimo, hasta el más indigno y oscuro de los cubanos. Sienta la humilde curiosidad de verse emplazado y permítalo más allá de que sea justo o no. Si es justo agradézcalo porque usted saldrá ganando y si no lo es de seguro se desvanecerá por sí solo.

De cosas así construyen su imagen los seres humanos, de ahí sale el recuerdo que dejará al final en sus semejantes. Somos un reflejo. Tengo hijos y no encuentro fuerzas para impedirles que se quejen de mí como les plazca. No es porque yo sea un hombre bueno, es que me muero por saber lo que piensan de mí y cómo lo piensan, que a veces es lo peor.

Por ejemplo, ¿sabe usted cuántos cubanos están descontentos con su salario y van descontentos a cualquier marcha del pueblo combatiente? ¿Sabe usted cuántos cubanos quieren viajar libremente o cuántos quieren tener acceso a Internet? ¿Sabe usted que muchos de nuestros hospitales se encuentran en pésimas condiciones, que en ellos los pacientes esperan largas colas, a veces de toda una mañana porque no tenemos suficientes médicos?

Peor aún, los servicios de urgencias son precarios en múltiples lugares, no hay suficientes ambulancias y las personas deben ir al hospital por sus propios medios en condiciones lamentables. Y qué decir de los médicos. Viven con menos de veinte dólares por mes cuando en Cuba no se vive con menos de cinco al día y para colmo trabajan en pésimas condiciones.

La educación. ¿Cree usted que los cubanos están contentos con las escuelas al campo? ¿Sabe usted cuántos cubanos odiaron que sus hijos fueran llevados al campo en todos estos años? ¿Sabe usted que se ha llegado a amenazar con manchar el expediente de un alumno si no marcha a las labores agrícolas? Exigir y criticar no significa destruir eso es también algo natural. Puro aire.

Muchos están cautivos por señalar problemas que ahora usted denuncia con palabras más fuertes. Hace algún tiempo uno de los represores del quinquenio gris compareció en TV y la polémica provocada, y en la que se vieron involucrados los intelectuales más importantes de nuestro país, no fue motivo del más mínimo comentario en los medios de prensa, y se trata de un asunto de capital importancia en la historia de los últimos cincuenta años.

Recuerdo ahora el dólar. Cuando todavía algunos guardaban prisión por tener el sucio y cochino dólar, como se le llamaba, el dólar comenzaba a ser despenalizado con tremenda naturalidad, o sea como el aire. Es que el aire no se puede penalizar al menos no por mucho tiempo y le aseguro: los cubanos ni siquiera hemos respirado demasiado.

Trato de decirle que tenemos algo inevitable en común, somos cubanos y le aseguro en la misma proporción. No es un orgullo, es un destino y por eso un orgullo ¿Ud. imagina al Padre de la Edad de Oro, al Mártir de Dos Ríos, quien tuvo el privilegio de morir sin haber herido a nadie, al hombre que en lo más cruento de la vida no dejó de cuidar a la Mujer, al Héroe Nacional suyo y mío- por tanto modelo y patrón- golpeando a una mujer o a un hombre en plena calle amparado en un poder frente al cual el individuo es un átomo, aunque sea un átomo de traición? No hay perdón para los actos de odio. El puñal que se clava en nombre de la libertad, se clava en el pecho de la libertad, dijo Martí.

Le pido pues, que prohíba agresiones como las que aquí le he narrado. En sus manos está que la Historia de Cuba no tenga que guardar en su memoria un acto más de villanía. Eso sí empaña a Cuba. Castígueme a mí si le da placer, pero castigue el odio, la represión y la violencia por deber, ante todo con usted mismo. Permita y pida que aquel que disienta lo diga como le plazca y sobre lo que le plazca mientras no ultraje ni agreda. Si un cubano se nos marcha herido y humillado cómo vamos a esperar que nos devuelva afecto. Esa no es una buena manera de defender la revolución.

Por último me limito a decirle que si llega ese momento de liberación y de él derivan consecuencias violentas para alguien y destructivas para la paz de Cuba puede contarme entre los suyos para impedirlo.

Alfredo Felipe Valdés, hijo de Loyda Valdés González, Dama de Blanco.

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Autor: Misceláneas de Cuba