Ernesto Pérez Chang – CubaNet

Tal como están las cosas, así de horribles, cada día se aleja más la posibilidad de una solución real a los problemas de Cuba. Sabemos que la caída del régimen sería la condición imprescindible para comenzar a salir del atolladero, pero se trata de apenas un primer paso entre cientos que tendríamos que dar para comenzar a reconstruir un país literalmente colapsado, una sociedad en ruinas.

La tarea de comenzar a sanar no es nada fácil, y aunque muchos imaginan que la prosperidad económica llegará junto con el cambio político, lo cierto es que deberán pasar algunos años, demasiados, para comenzar a ver esos grandes resultados que anhelamos.

¿Cuántos están dispuestos a esperar tanto más cuando seis décadas han agotado nuestra paciencia? ¿Cuántos estarán prestos a retornar al país natal, a invertir sus ahorros, a apostar por el futuro luego de echar raíces en otros lugares del mundo?

Todos quisiéramos que después de una gran protesta, de un paro nacional, al día siguiente, llegara la prosperidad así como llega la luz con los cacerolazos pero ni siquiera la libertad estará a punto cuando la dictadura se vaya porque llegar a ser un país totalmente libre, después de más de medio siglo de opresión, requiere de gente que piense sin miedos, sin los esquemas de violencia, censura, oportunismo y culpabilidad que los represores nos inoculan para hacer de cada uno de nosotros nuestros propios enemigos.

Hemos caminado demasiados años en reversa para pensar que sería cuestión de horas, de un solo salto, retornar al presente, actualizarnos, sincronizar nuestros relojes con el resto del mundo. Hay demasiados retrocesos en el tiempo, en todos los aspectos, aunque algunos insisten en ver “congelamientos” donde no los hay.

Cuba no es un país detenido en el tiempo —ojalá fuese así, porque sería una cuestión de arrancar y ya—, Cuba es un país que se ha perdido en el tiempo. Y habría que comenzar por adivinar en qué época estamos hoy, ahora, en cuál dimensión.

Entendamos que el régimen cubano no se aferra a un momento del pasado, sino que huye adentrándose cada vez más profundo en él, como un cobarde miope y tonto en busca del refugio que no encuentra porque jamás se entera de que el tiempo no es un lugar.

Esta realidad que vivimos, tan adversa como anacrónica, se expresa en esa nuestra sensación casi colectiva de que vamos cayendo de cabeza ni siquiera a los peores momentos del Período Especial sino a una demente comunidad primitiva donde no valen ni la ley ni el sentido moral.

La idea del retroceso se reitera en memes de internet y chistes callejeros como si apenas fuese broma, caricaturización de la realidad, exageración, pero la carencia de electricidad, la posibilidad de que jamás se arreglen las termoeléctricas, las caldosas colectivas que ya se anuncian por Camagüey, el salvajismo de las colas por comida, las personas escarbando en los basurales, familias enteras viviendo a la intemperie… nos dicen que hay demasiado llanto en nuestras expresiones de protesta o de resignación.

Lo cierto es que cada día estamos peor, y no solo porque los comunistas hayan pretendido detenerse en algún “momento de gloria” pasada —nunca los hubo— sino porque “avanzar” en retroceso jamás ha sido bueno para nadie ni para nada, además de que tanto en cuestiones de la vida real como en política es algo imposible, y solo revela a un gobierno demagogo que ya no tiene nada bueno que ofrecer, al que se le han agotado las fórmulas, que se repliega porque se reconoce débil y teme a lo que vendrá: la inminente caída.

Se han replegado cada vez que han podido hacer “avanzar” al país hacia la prosperidad para todos. Lo hicieron con Obama y lo volverán a hacer cada vez que exista la mínima sospecha o certeza de que no están incluidos en los planes a futuro. No aceptan que prosperidad para Cuba significa salir del juego, darse por vencidos, detener esta máquina que solo marcha en reversa y que mientras más pronto lo hagan mayores probabilidades hay de que la reconstrucción del país sea menos traumática para quienes hoy lo sufren desde aquí o desde lejos.

Pero sucede que este retroceso perpetuo en el tiempo, esta debacle a la que asistimos, de tanto que ha permanecido así, caminando hacia atrás en la cuerda floja, se ha convertido, como acto de circo, en el miserable negocio de muchos afuera y adentro.

Así, cada vez que la dictadura ha estado a punto de caer, sucede el “milagro” de la salvación en el que participan todos y de todas partes, sin excepción, porque agitan la cuerda para hacer temblar al equilibrista pero si este realmente cayera alguna vez, se termina la función, para siempre.