Es cierto, la gente condenada en Cuba a la bicicleta y a la cartilla de racionamiento, quiere que se levante el bloqueo. Quiere ser libre. Alimentarse bien. Elegir la educación que recibirán sus hijos y tener acceso a una información sin las tachadura del lápiz rojo del Partido Comunista.

Los millones de hombres y mujeres que, en 50 años, sólo han visto elecciones en vertiginosas escenas de televisión, necesitan librarse de ese dogal. Sueñan con ir a las urnas y poner en las estructuras del Gobierno a las personas que les proporcionen un cambio favorable en la calidad de la vida.

Sí, los cubanos exigen que vuelen al viento del Caribe las leyes que prohíben los partidos políticos porque, como a pesar de todo son personas normales, consideran que la unanimidad es un asunto de reses y rebaños.

Ellos también viven en el siglo XXI y tienen derecho a leer periódicos y revistas, a escuchar emisoras y ver canales de televisión, con puntos de vista diferentes y contradictorios para hallar su verdad en ese ejercicio soberano. Ellos aspiran a tener un ordenador en casa, navegar por internet, comunicarse con amigos lejanos y saber de otros mundos.

Cómo no, Cuba entera deplora el bloqueo porque sus ciudadanos se niegan a tener que pedir permiso al Ministerio del Interior para salir al extranjero. Porque los que han nacido fuera de La Habana necesitan una autorización especial para residir en la capital del país donde están sepultados sus abuelos. Y ésa es una noción primitiva, pero terrenal de la patria.

La familia allí, como en todo el planeta Tierra, ambiciona vivir unida. Por eso está en contra del fenómeno que ha obligado al 20% de la población a emigrar, a salir a buscar la libertad en otros países y a trabajar para enviar remesas de dinero para aliviar las penurias de los que se quedaron.

En efecto. Rechazan el bloqueo los exiliados políticos (algunos fuera de su país casi medio siglo) que no pueden volver al patio de su casa ni al parque donde vieron el primer amor. Eso debe ser la nostalgia, pero los gallegos le dicen morriña (la padeció en La Habana hace poco José Blanco) y los cubanos gorrión.

Contra el bloqueo viven en primera línea miles de opositores de diversos signos dentro de Cuba. Y, dentro de sus 300 cárceles, más de 200 presos políticos.

Ahora, después de la elección de Barack Obama, está de moda pedirle que levante el bloqueo. Eso es tarea de otros.

El nuevo presidente puede proponer la suspensión del embargo comercial porque ayuda a justificar la ineficacia del Estado totalitario. Y porque es un tormento añadido para los condenados en Cuba a la bicicleta y la cartilla de racionamiento.

El bloqueo real lo impone la dictadura.
Autor: Raúl Rivero (publicado en Cubanet)