En 1998, la primera vez que la Seguridad del Estado me entrevistó, me dijo:

-Fabio, aquí todo el mundo tiene que estar a la misma altura. El que saque la cabeza se la cortamos. Piensa como tú quieras, pero no lo digas. Porque si lo dices, te buscas problemas.

Al final, me condenaron a 20 años de cárcel, por eso, porque seguí hablando. Continué diciendo lo que yo pienso, porque nadie puede anular mi existencia.

Hace unos pocos días, un militar se me acercó y fingió darme un consejo. Me dijo:

-Fabio, ¿Por qué tú no vas para un destacamento? Allí lo único que tienes que hacer es: no hablar, no conversar con nadie. Mira, a nadie le importa tu causa, ni por qué estás preso.

Esta ignominia no sólo me hace reflexionar y hablar, sino que también denunciar, porque no sólo me condenaron a 20 años de privación de libertad, confinándome a una semi tapiada y estrecha celda, donde duermo sobre un banco de cemento, hago mis necesidades fisiológicas en un hueco en el suelo, convivo con insectos y roedores, me han enfermado de los pulmones, y destruido mi salud conjuntamente con mi familia, sino que la policía política también quiere, que aún enclaustrado, no manifieste lo que pienso.

Este es el colmo del ostracismo. Estoy injusta y despiadadamente condenado por dar mi opinión, sobre lo que me afecta a mí, a mi familia y a la sociedad donde vivo; sobre la vida de los cubanos, lo que está mal hecho, y ahora pretenden sacarme de la celda de confinamiento, con una mordaza sobre mi boca y exponer mi vida a las agresiones de los reos comunes azuzados por la policía política.

Autor: Fabio Prieto Llorente ( publicado en Cubanet)